Aquella noche nuestros caballos se enfilaban en el campo, tan sólo esperando la señal del General para atacar. Contias siempre rehusaba a usar caballo, y prefería contender a pie entre los soldados de combate a cuerpo. Sus espadas de bronce enfiladas a lo largo de todo el campo, brillaban destellando de vez en cuando un reflejo de luz de la luna que esa noche brillaba como nunca; en la otra mano, empuñando el enorme escudo que mantenía a los soldados como un largo muro dorado.
Mientras esperábamos la señal de ataque, pude notar que Contias hablaba con otro guerrero que estaba a su lado. Este diálogo lo pude conocer hasta después de su muerte.
Lucio me dijo que nuestro temerario guerrero, le había hecho saber esa noche tenía un mal presentimiento, que inesperadamente sintió que los dioses no estarían con nosotros en esa batalla y que no debería seguir adelante. Pero Lucio no podía hacer nada al respecto, le dijo además que ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
A pesar de esas sospechas, Contias continuó en pie dispuesto a contender, mantenía su mano derecha firme a lo alto, apretando con fuerza la empuñadura de su espada, y con la otra su enorme escudo, esperando para atacar.
La señal llegó, el General dio la orden de avanzar hacia el enemigo. En un instante la lucha había comenzado, los guerreros se dispersaban por todas partes. Desde mi caballo, aun tenía a la vista a Contias, pero eso duró muy poco tiempo; pronto los Griegos se mezclaron con los nuestros y repentinamente lo perdí de vista.
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