Después de la explosión de su sexo, él se tomó el tiempo justo; no suficiente, pero sí justo, para tomar aire, abrir los ojos y estirar el cuerpo. Su mirada se dirigió hacia su ropa interior tirada en cualquier parte. “Me voy a casa”, dijo para sí en voz alta, por si acaso alguien lo escuchaba. Sentado a la orilla de la cama estaba a punto de tomar sus calcetines, pero unas manos lo detuvieron. Sintió unos segundos, y no eran solo las manos, eran unos brazos que, con suavidad, lo pusieron lentamente sobre la almohada. Escuchó una voz: “esperate”, le dijo, “te voy a abrazar, acabás de irte… dejame ayudarte a volver”. En el momento en que una cara femenina se hundió en su pecho, sintió un estremecimiento desconocido. Surgieron, entonces, besos mínimos colocados con cuidado cerca de su corazón. Fue hasta ese momento que descubrió que estaba con alguien. |