¿Qué come? ¿Cómo se viste? ¿Por dónde toma el aire?
¿De dónde saca las fuerzas, un escritor que no escribe?
Venas transformadas, que recorren cadenciosos,
los torrentes de los cuentos que aún no han sido escritos.
Poemas, que navegan entre glóbulos tullidos,
amenazando con su lentitud, a este pulso
por naturaleza inquieto.

Personajes malditos encienden hogueras bajo su piel opaca,
conspiración de argumentos, agazapados en el cuarto trasero,
a la espera de que cese el lastimoso quejido.

¿Hacia qué norte deambula un escritor,
con sus no-escritos a cuestas?
si cualquier rincón se convierte en repentina celda,
en donde apoyar la cabeza y reposar las ideas.
¡No sería mejor una tumba y la consabida paz! y allí ya serena...

La mirada enloquecida, persigue la estela
de una febril apariencia: convulsas letras
que se arremolinan danzantes. Al principio, sobre la testa;
cuando cogen confianza, resbalan entre los dedos.
Lo mismo que la cascada inesperada, incontenida, que implorante
chorrea desde las dos cuencas.

La muerte no es posible, sino inalcanzable,
ya la ha experimentado en otras ocasiones,
saltando entre párrafos alados
que le transportan a mundos etéreos. ¿La Muerte?
Ah, si eso fuera tan sencillo,
devolver a un hacedor de ilusiones
a ese refugio tranquilo.

La pluma ya no es fiel confidente, y
millones de teoremas imitan la sonrisa de las hienas,
desperdigados entre huellas borrosas,
de pisadas
que asemejan la senda de algún reptil,
un solo trazo de no escritura,
carro transportando cuerpo, cuentos, versos sin poema.
Un alma, condenada a vagar por la miserable embestida de la realidad.

Un escritor ¡cincelando su ego!