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Pensando en Dylan

Después de tres años sintió que era hora de olvidar ese terrible concierto en el que la imagen de uno de sus ídolos se había venido al piso, se había reventado en mil pedazos y entonces él había preferido barrerlos contra la alcantarilla y echar agua sobre ellos que recogerlos para rearmarlos. A partir de ese día cambió su discurso acerca de él y de otros artistas a quienes entonces admiraba, vendió sus discos y se sintió totalmente defraudado por esa escena que le había llegado por televisión en blanco y negro, en acetatos viejos importados y en bares oscuros de Bogotá entre nubes de humo y borrachos intelectuales.
No podía conciliar la imagen que se había creado en su mente con esas hordas de gente bonita sentada en lujosas sillas en tan hermosos teatro, baldosas de marmol y cuadros en las paredes. Siempre había pensado que lo vería en un bar pequeño, o en la calle, con su guitarra, su harmónica y su voz gastada por el cigarrillo y cansada de tantas protestas, tantas batallas ganadas y tantas otras para siempre perdidas. Verlo ahora en páginas completas de los periódicos, ya no como una voz de las masas sino como la figura que vende ipods, blackberries, celulares o cualquier otra mercancía-siglo-veintiuno le parecía algo más surreal que la imagen que sus escritores favoritos trataban de construir,... tal vez, para él y para otros como él.
Pero no importaba ahora. El tiempo pasaba y lograba hacerlo olvidar y, por qué no, perdonarlo o perdonarse a si mismo el haber asistido a tan horrendo espectáculo. Había imágenes que era mejor tener en la imaginación; había sueños que era mejor nunca materializar. Sus canciones siempre sería mejor escucharlas en el oscuro bar o en la soledad de su apartamento, en medio de sus libros, su desorden y sus discos. Había experiencias que era mejor no compartir con cualquiera. Sus viejos amigos eran más importantes que aquellas masas que hoy consumían Bob Dylan y mañana pesticidas, computadores último modelo o el nuevo avance en tecnología de baterías inalámbricas. El tipo lo había hecho bien en su momento, how does it feel, how does it feel,..., y ahora, bueno, ahora realmente no importa. Hay que comer en todo caso y si hay esnobistas (o snobistas dependiendo de cómo lo quieras ver) que están dispuestos a pagar unos cuantos dólares por seguir cantando forever young después de cincuenta años, pues seguro,... explota tu negocio y síguelo haciendo.
Igual, es acaso la misma persona, la que escribe un poema un día y al día siguiente sale a tomar café? Es la misma persona la que trabaja hasta tarde en la noche y al día siguiente lleva los hijos al colegio y va a reuniones interminables en Suramérica? Es la misma persona la que escribe libros por un tiempo y a los cuantos años vende sandwiches en la panadería? Qué le vas a hacer, el tipo no es el mismo. No es que haya cambiado, es que hablamos de personas diferentes, si quieres al mismo para siempre entonces mátalo. A John Lennon lo mataron y ahí quedó, no salió a vender celulares porque no los había; seguro que los estaría vendiendo hoy y estaría, tal vez, como Osborne abrazándose al presidente de turno o tranquilo con su bote y su mansión.
Seguramente no es su culpa. Tan Nietzscheniano como lo quieras ver, el tipo explota su único talento que es mejor que sus múltiples talentos, y si ya no lo hay, pues el que su otro yo tuvo antes.
Empezó a pensar que cada persona debería tener un nombre asociado a un año, un día, y una hora. El fulano se llamaría Dimitri-1910-Febrero15-10:33PM o algo así, y su amigo o antípoda podría ser Dimitri-1910-Febrero16-11:15AM, o lo que sea, pero sería otra persona y punto. Podrían quererse, apoyarse u odiarse y combatirse. El tipo podría ser el peor enemigo del otro, o su mejor amigo, pero si era su enemigo al menos mostraba un cambio, evolución o devolución (es esta la palabra correcta?), pero no ese quietismo aburridor.
El caso es que hoy "lo perdonó" o, mejor, "se perdonó" a si mismo por no haber entendido esto antes y seguir pensando en esas ridiculeces adolescentes de quédate-como-eres.
Así que pudo volver a oir sus viejas canciones, anotó en su lista volver a comprar los viejos discos que había vendido y pensó que, en todo caso cuando no tienes nada, no tienes nada que perder,...y esto le pareció tan cierto como antes.

Texto agregado el 17-07-2009, y leído por 147 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
03-11-2009 Es algo largo el relato , en la mitad del camino ,deje la lectura ,en extremo aburrida .:) apneazul
31-10-2009 Muy interesante. ZEPOL
17-07-2009 es verdad, por eso aprovecha lo que tienes, mientras lo tengas me gusta... con cariño angelpo
 
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