El susurro de la noche caída,
Como aquel que bajo del cielo
Envidioso y egoísta,
Antepone el gobierno de las almas valientes,
Condenadas a la falta de visión,
Al placer de la luna,
A la risa del viento,
Y el clamor de la sombra en las lámparas callejeras;
Se reúnen los sonidos inhóspitos,
Trayentes de calma, en el concierto del silencio,
Que agotado consume la barbarie,
Y se alimenta de las parejas de gatos en los tejados,
Las camas rechinantes, los ronquidos
Y de las ramas caídas.
La profundidad de su color se abalanza ante la muerte,
La llena de la fuerza inagotable;
La humanidad la eleva al altar infinito,
Y el tiempo no le pasa;
Altiva, sublime, penetra al corazón la daga,
Pronto transcurre la luz del túnel de los recuerdos,
Llenando los legados de la tierra de huesos y cenizas.
|