Solo las líneas de dispersos átomos de hidrógeno, matemáticamente perfectas en su rectitud, decoraban la negrura del espacio profundo más allá del casco de moléculas nanodiseñadas que le rodeaba como una armadura. Por momentos nave y por otros solo una simple extensión del cuerpo. Conciencia y tecnología evolucionada hacia las estrellas…
Un único pensamiento bastaba para inducir a los propulsores cuánticos a generar mayor o menor potencia, aumentando o disminuyendo la aceleración casi eternamente constante. Un único pensamiento permitía curvar la exacta rectitud matemática de la trayectoria. Pero este viaje transcurrió por años sin giros, sin variaciones, sin los pensamientos que podrían haber variado en pocos grados el rumbo para evitar sobresaltos, con los propulsores dormidos en impulso petrificado.
Llevaba tanto tiempo fusionada la conciencia y mezclado el cuerpo con aquella nave-armadura, tanto tiempo intentando alcanzar la luz, el único absoluto reconocido, que había perdido todo contacto con el cosmos, moviéndose en el difuso límite entre la realidad y el principio de incertidumbre.
La inercia supercrítica se había adueñado de toda decisión y la voluntad original de la mayor aventura de la humanidad se perdía para siempre. Se estaba convirtiendo en solo un sueño hiperespacial.