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explicar con palabras de este mundo
que partio de mí un barco llevándome.


Alejandra Pizarnik




Ella te rogó una y otra vez que le ayudaras a hacerlo. Al comienzo te dio horror, luego miedo, y finalmente, comprendiste y aceptaste lo inevitable. Devorada por el dolor y la enfermedad, cuando la medicina parecía haberla abandonado, recurrió a ti como su último recurso, un salvavidas en el mar helado. Se preparó con cuidado. Te agasajó con una hermosa velada, a pesar del rictus que le provocaban los dolores. Te había solicitado postergar la dosis de morfina, y bebieron champagne de a pequeños sorbos. Luego te pidió música, y se abrazaron en el living con el baile de la sinfonía Fantástica. “Llévame alzada hasta el cuarto”, solicitó, y te sorprendió la facilidad con que lo hiciste. “Ayúdame a cambiarme, amor”, volvió a pedir con un hilo de voz, y le quitaste la ropa como se cambia a un bebé. El camisón nuevo, celeste con flores de suaves colores sobre la almohada, no fue difícil de colocarle. La recostaste y te miró desde el almohadón, con agradecimiento y tristeza. Respiraba con dificultad, y le ofreciste la mascara con oxígeno. “Un rato, no más”, insististe. El silbido suave no ocultaba el adagio de Respighi. Fuiste hasta el baño, como un autómata. Libre tu cerebro de pensamientos, libre aún el estómago del atroz vacío que pendía sobre él. Preparaste el inyectable, las pastillas y el vaso de agua. Te sentaste a su lado, le tomaste el brazo, escuálido, casi yerto, y la costumbre te llevó hasta la vena. Poco a poco su rictus fue disolviéndose en una dulce placidez. Le ofreciste entonces la palma de tu mano, y comenzó a ingerir las blancas pastillas. Con la otra le ofrecías el agua, que bajaba con rumorosos tragos. Te miraba fijamente por encima del borde del vaso. Tú intentabas sonreírle. Con esfuerzo elevo una mano y te acarició la mejilla. De súbito, tomó tu oreja y te atrajo hacia sí. Acercaste los labios a los de ella y la besaste. Su aliento te estremeció. Ella cerró los ojos, y arrojó la máscara lejos de sí. Te acostaste en tu lado de siempre. Ella se inclinó hacia ti, apoyó la cabeza en tu abdomen, y recogiste las piernas. Entonces se acurrucó, un brazo sobre tu pecho. La mano jugaba con tu cuello; buscó otro calor y se escurrió por debajo de tu camisa. Abrió los ojos, como pidiendo permiso, y pestañeaste en señal de asentimiento. “¿Falta mucho para el Canon?”, murmuró, y estirando una mano lo pusiste en el aire. Ella sonrió y cerró los ojos. Ya respiraba tranquila. Tu brazo sobre su cadera recorrió la cintura, los huesos de los hombros -que habían sido tan muelles-, y llegaste con la mano a su cabecita, a su magro cabello, a su fino cuello, a sus excesivas orejas, a sus pálidos labios, a sus ojos hundidos. Clavaste una mirada en ella que te vació íntegramente. Con el abdomen y las manos percibiste cómo su respiración se apagaba. Abrió los ojos y te dijo adiós con un breve y pálido reflejo.

La suave música de Pachelbel se repitió toda la noche, como el sinfín de una calesita. La apretaste entre tus piernas y el pecho, pero el calor no tardó demasiado en abandonarla. En el caos de tus pensamientos, iban y venían imágenes compartidas de décadas pasadas. Hasta que se instaló ella, ella sola y comenzó a hablarte. Entonces, el vacío del estómago se abrió a la helada intemperie y comenzaste a descargar las lágrimas acumuladas durante los últimos años...

El sonido el teléfono, la luz el día a través de las persianas, el movimiento percibido desde la calle, el timbre de la enfermera....todo comenzó a gotear en tu cerebro, con viso de lava hirviente. “Un café enorme y dos aspirinas, vida, y estoy de vuelta”, le dijiste al apoyarla sobre la cama y cubrirla con la colcha.

Texto agregado el 30-05-2004, y leído por 472 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
08-06-2004 ¿Puedo decir algo de este relato? Prefiero el lenguaje expresivo: ¡¡¡BRAVO!!! Voy a tu libro islero
02-06-2004 No hay como la sencillez para expresar las cosas grandes, las grandes conmociones y la humanidad. Buena vuelta de tuerca al final. Saludos. nomecreona
02-06-2004 No hay como la sencillez para expresar las cosas grandes, las grandes conmociones y la humanidad. Buena vuelta de tuerca al final. Saludos. nomecreona
01-06-2004 La magia con que llevas el relato y la dejas a uno allí, percibiendo esa respiración, mirando a aquellos que se despiden se hace fuerte y la piel anuncia lo suyo con la emoción a cuestas. Has transmitido el dolor y la partida de una manera elevada, sin rebuscamiento, cerrando la historia sin llantos, que para eso fue su momento y la vida sigue y es pa'vivirla. Estrella pa'iluminar la despedida y pa'saludar el nuevo día. FaTaMoRgAnA
01-06-2004 Difícil navegar entre dolor, el término de una vida y quien la acompaña, a pesar de la crudeza de lo aquí se trata el texto se lleva con delicadeza extrema, intentando aliviar el sufrimiento. El relato encoge. Un abrazo Cardon
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