-transfusión de almas-
De el nadie sabe, de el nadie conoce, pero, auque eso no sea importante, el no se dio cuenta, si no asta el final, en lo que se había convertido.
El caminaba por las calles de tal oscura ciudad, nadie hablaba con el, nadie lo saludaba.
Un hombre bien enhiesto, a quien nadie soslayaba ni tampoco era descortés, pero se podría decir que mordaz, aunque atribulado, por lo que pasaba, en esa vaga mente suya.
Caminaba al centro de la calle, dejándome llevar por la brisa, que revoloteaba por allí, la gente pasaba a través de mí, como si no les importara, aunque era cierto, no les importaba, ya que no podían verme…
Llegue hasta la esquina del restaurante, varios, como yo estaban allí. Miraban completamente absortos, aquella escena que se desarrollaba en el interior del restauran, una sala bien iluminada, varias mesas a su alrededor, y mucha gente que cursaba el concurrido pasillo, varias parejas sentadas y varios niños corriendo.
Uno de mis colegas, se acerco demasiado a uno de los, puestos donde se dejaban los sombreros, lo que provoco que los dejara caer. – ¡mira mama!-dijo el niño que estaba sentado junto a su madre, le tiraba de la manga, y apuntando con su dedos, los sobreros que se desmayaban en el piso, ella miro, a donde apuntaba el dedo de aquella alma inocente, pero no hay nada, solo los sombreros que extrañamente se habían caído del colgador, no había nadie, pero el niño aun seguía convencido de que había un hombre al lado de ellos, el cual era el quien los hubiera dejado caer.
Seguidamente por la reacción de la madre, miro aquel lugar vacío, el niño sumisión a la madre a seguir observando, pero esta se convenció a si misma que era el viento.
El extraño hombre camino por las aceras, dejando que la gente atravesara su penoso cuerpo, blanco y enflaquecido, ojeroso por no dormir en años…
Lleva su traje que ha ocupado hace años, su gorro su corbata, el aun no se ha ido donde los Ángeles se caen, se quedo aquí, vagando.
Talvez no era mi hora-se decía-talvez aun no se hora de irme, seguí caminando la lluvia caía atrozmente por las calles, la gente saco sus paraguas negros y los puso en alto, al otro lado de la acera había un hombre todo vestido de negro con un sombrero de copa, me saludo. Hice un ademán con mi mano en gesto de saludo, seguí caminando. Me pasee por los barrios bajos de la ciudad, esperando aminorar la causa de mi condena…
Vague hasta muy tarde, ya eran mas de las ocho de la noche, en medio de mi caminata me crucé con un perro. Le mire, aquellos ojos puros me observaban sin vacilar, de pronto creí que estaba mirando a otra persona, pero luego no era a mi, me mecía a un lado y el se mecía conmigo. Caminaba a un lado y el iba conmigo. Pensé que estaba muerto, pero no era así ya que, la gente lo corría de su lado cada vez que se acercaba a los botes de basura. Me corrían y no sabia que hacer, solo me quedaba mirando a aquel sujeto que tenia sus muy parecidos a los míos, me movía a un lado y el se movía conmigo, que extraño, a trabes de mi veo a ese sujeto de piel blanca y ojeras, con traje viejo y sombrero desgastado. Algo estaba raro, empecé a ver desde una periférica distinta, de abajo hacia arriba me miraba, estaba pálido y ojeroso. Mi cuerpo estaba abajo, de cuerpo peludo y de baja estatura, me veía a mi misma a través de esos ojos igual que los míos, comencé a caminar, tenia dos patas. Trote por la ciudad la gente me corría, tenia más de dos manos y podía sentir el aire, no veía a mis colegas. Me junte con los otros perros no me escucharon. Seguí moviéndome por la ciudad ahora con mis cuatro manos y en blanco y negro.
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