Yo pensaba a nivel de niño, sobre juguetes, colores y canciones. Mi favorita me hacía llorar: "Igual que el universo" con Byanka y Maleza. Era divina mi vida, con las manos de mi madre acariciándome aunque no hubiera causa; recorriéndo medio mundo con mis perros, aunque no fuera más allá de mi colonia. Mi padre y mi hermano siempre a mi lado.Era felíz, simple y sencillamente.

Pero un día escuché la palabra Eternidad. Me provocó curiosidad. La escuché por primera vez en la iglesia, a media misa. Lástima. Ojalá me la hubieran explicado de distinta manera. Para cuando crecí y me dí cuenta que no había despejado las dudas que tenía al respecto, investigué.

Qué será la eternidad sin el recurso de la locura. Y qué será tener que encontrar en la demencia alivio a una constante sin fin. Esto, solo esto. Pero para siempre y sin descanso. Me llevó a pensar en cuánto tiempo dura la felicidad. ¿Dura siempre así? ¿Felíz?
Una vez siendo eterno... ¿alguien me asegura que no me aburriré? ¿Y si un día no quiero ser eterno? ¿Y si me hartara la felicidad? ¿Podré desistir de ello?

No pude evitar pensar en la felicidad y eternidad como un desvelo prolongado al que nos obligan las circunstancias, una fiesta demasiado larga. Llega un momento en que quiero dormir, cerrar los ojos y dejar de ser. Creo que no quiero ser eterno. Ser feliz, por ahora, si. Eterno, no.