La verdad, no sé cómo comenzar a escribirte esta historia ni por donde partir. Creo que comenzaré por el hoy.
Hijo mío, hace poco he traspasado una gran muralla de vidrio por la cuál te miro ahora... Me miras y no comprendes qué sucede, tan sólo tienes un año y medio, y sería mucho pedirte que comprendieras por qué tu abuela llora junto a tí, y te abraza. Probablemente el día en que leas esto, ni siquiera recuerdes el momento que vivo ahora. Estoy a punto de subir a un avión ¿sabes?, hoy 16 de Marzo, parto rumbo a México, pero no es para siempre. Querrás saber por qué me voy, y en este cuaderno que pretendo completar con toda esta experiencia, te lo explico. Parto en busca de mi destino, que tiene un nombre, un cuerpo, una edad, y mi amor. Su nombre, Osvaldo.
A Osvaldo lo conocí en el barrio. Yo vivía, como te lo habrá dicho la abuela muchas veces, en una población que en el tiempo del gobierno militar, se instaló en el lugar más céntrico de San Bernardo, y ahí caímos, gracias al Tio Juan, toda la familia. Era una pequeña población, que a la salida del golpe se volvió muy privada, porque mucha gente llegó a apedrearnos alguna vez, y muchas veces yo no entendí tampoco qué sucedía. Yo tenía quince años y lo único que quería era el jeans apretado en los tobillos, la polera sin cuello, y el peinado con las chasquillas más paradas y redondas posibles. Ya eran los noventa, y la moda kitsh había llegado al país. En todo este entorno, conocí a Osvaldo, el chico más loco de la población. Era algo mayor que yo, tenía 18 años y estaba comenzando la universidad, Ingeniero Físico, ¡imagina! era un loco por doquier, pero esa locura fue la que me atrajo a él como dos imanes que se juntan.
Todo partió, un día en la playa. Estábamos de paseo familiar, en la que la suya y la mía se avenían mucho, por lo que fuimos juntos. Hace días que yo temblaba cuando él se acercaba a mí. Esa noche, era la última. Recuerdo que estábamos tomando once, y él aún no llegaba del centro, y yo desesperada gruñía por todo en la mesa. De pronto, alguien gritó afuera. Era el vecino de cabaña, que preguntó por mí,por un recado que había dejado alguien. ¿Podrías imaginar lo que eso significó?. La abuela comenzó a llamarme suelta,a cuestionar que cómo era posible que una niña de bien como yo, pudiese haberme mezclado con alguien desconocido en aquél lugar. Que sólo había sido un fin de semana, que ya imaginaba lo que hubiese significado una semana completa. Luego del sermón pude salir, y el caballero me dijo que me esperaban a la entrada del lugar. Estaba oscuro, recuerdo exacto el olor a eucaliptus que invadía la oscura y fría noche, y el temor que yo tenía por saber quién esperaba fuera, además de la rabia que sentía por qué Osvaldo no había llegado a tomar once. De pronto, lo ví, sí, a él, bajo el foco de la luz estaba junto a la puerta con un enorme ramo de rosas. Lo miré y me largué a reir:
- ¡Osvaldo!, ¡te regalaron flores!
- No Pola, estas flores son para tí
- ¿Para mí?, ¿y quién las envía?
- Un hombre que dice estar tremendamente enamorado de tí, y que solicita un beso tuyo y un pololeo.
-¡Y quién es!
-Yo Pola, ¿Tu quieres ser mi polola?
Y yo me largué a llorar como una tonta, me lancé en sus brazos, y nos dimos un abazo eterno, ese que espero ahora que se dé en México. |