Bueno, quizá Mariano creía que tener la tristeza tan a flor de piel, resultaba normal después de llevar en la espalda una soledad de tanto tiempo, que ya le era familiar, pero había en esa tarde de viernes una sombra tan aguda, qué llegó a sentir lástima de sí mismo mientras contemplaba amargamente su escritorio. Las órdenes de trabajo pasaban junto a su silla, pero no lograban perturbar la ya cristalizada nostalgia que amenazaba con romper en un llanto desesperado.
La vida no era fácil para Mariano. Su soltería no era el problema, y eso lo entendía, pero debía encontrar la salida de ese pozo tan asquerosamente tranquilo, de esa nada que parecía eternizarse cuando contemplaba el reloj, tic - tic - tic - tic, los segundos cada vez más lentos, las manos invadidas por un frío más o menos como de muerte, los hombros cansados de llevar a cuestas una cabeza tan atiborrada, sintió que tal vez un trago le haría derramar las lágrimas contenidas y se dispuso para ir al bar, pero antes de ponerse el abrigo caoba –el único– rompió en llanto, y se tapó la cara con las dos manos, y tiraba alaridos al aire y con postura fetal, postrado en el suelo, hizo que la sala se llenara de un grupo de nostalgias que iban llegando en fila india, sólo para verlo llorar, sin tender una mano, sin pasar un pañuelo, sin decir ni una palabra...
El prefería estar triste porque murió un amigo, porque perdió el empleo, porque nuevamente fue traicionado, hasta prefería la congoja de haber perdido todo, pero para esta nostalgia, sin antecedentes, definitivamente no estaba preparado. Podía contemplar mientras lloraba, el cansancio en sus dedos, en la sien, en la boca del estómago, en ese punto indeterminable que debe ser el alma, en esos párpados como cortinas de humo que borraban todo...
El llanto disminuyó rápidamente al tiempo que Mariano iba perdiendo el sentido, y empezó a vislumbrar lo que fueran las dos mujeres más hermosas del mundo, y se sintió sereno. Contempló tiernamente el escenario, y pronto descubrió que eran su vida y su muerte, jugando como los niños a los que no les preocupan ni los mocos ni la sopa y menos los deberes, eran extremadamente libres, tanto, que aquél voyeur que las contemplaba se sintió renovado, removido, y por tanto redimido... Era fácil el juego, Mariano lo conocía bien, se trataba de las escondidas, sólo que jugaban como los niños, no como Mariano, que creció y siguió jugando, pero sin saberlo, y escondía la erección y la grosería y la mirada y la rabia y el hambre y el miedo... ellas jugaban sin tiempo, y la mirada de Mariano se fue apagando mientras que la hermosa voz de la muerte decía agitada en la pared del olvido: –unodostres por la vida, que está escondida detrás del amor.
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