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Esa noche fray Lorenzo tuvo un sueño para ser, mínimo, excomulgado de la tierra y el reino celestial. Fray Lorenzo había llevado al pie de la letra, los inflexibles votos que hacen los frailes al entrar en la vida religiosa; pobreza, obediencia y castidad. Pero nunca en su vida, en su vasta edad, sesenta y nueve, imaginaría que podría haber soñado algo semejante…
Siempre soñaba con una corte hermosísima de ángeles, que lo colmaban de una paz, de un éxtasis de paz, sobrehumana; todos los ángeles lo bordeaban atiborrado de júbilo, agitaban con cierta parsimonia, unos ramos de palmas de un verde aceituna. De sus finos y rosaditos labios, con un encantador tono de voz, que a lo unísono dejaban escapar unos cánticos, que hacía temblar hasta la barba larga, blanca y copiosa; que con su sotana negra entre la neblina, y el verde de los ramos de palmas, a su alrededor, parecía un ojo verde, visto desde un plano aéreo. Nunca pudo aprender, la tan repetida saeta, “son cosas de los sueños”, le dijo Fray Cordero, y continuaba diciéndole dándole unas palmaditas en sus espaldas vigorosas, ya verás que algún día lo cogerás, ya verás... y Fray Lorenzo a diario se levantaba, tomaba lápiz y papel, y ya se le olvidaba, el cántico divino de los ángeles. El cuadernito siempre en blanco; en blanco también su mente, después de lo soñado. Soñaba todas las noches de su vida, las mismas escenas, los mismo cánticos, excepto ésta horripilante noche.
Esa noche tenía planeado desde una semana de antelación, levantarse a las cuatro de la madrugada para contemplar el cometa Lulin, a través de su ventana de cristal que daba al sur, ya que el cometa, estaría a sólo unos pocos grados de Saturno, en la constelación de Leo, pero en el sueño que soñaba, terminó venciendo a vuestro querido y amado Fray.
Y no fue entonces, una hora después de la fase REM del sueño, cuando fray Lorenzo, se percata que esa noche sólo lo acompañaba un ángel, de algunos dieciséis años de edad celestial. Nuestro Fray se queda chivo, echa un vistazo a sus alrededores, y ni una señal de más ángeles, y pensó: será una tentación de Satanás, esto que estoy experimentando. El ángel se quitó sus alas tan blanca que casi cegaba el alma nerviosa del fray. El ángel empezó a desvestirse con tal sensualidad, que el Fray, que nunca había visto un cuerpo desnudo de una mujer, que el de su hermanita, cuando era un crío. El Fray quiso taparse los ojos, no pudo; cerrarlos, menos. Una fuerza extraña lo dominaba, y nuestro Fray se quedó parapetado, ante tal maléfica escena. Su corazón latía a una velocidad descomunal, sudaba, babeaba, de repente, un hormigueo frío trotaba por sus venas beatas, mientras sentía que algo en su cuerpo se llenaba de vigor, de firmeza. Los cuerpos, cuerpo son y alma una, dijo el ángel, henchido de lujuria. Y sin darse cuenta, al despertar del sueño que soñaba, nuestro Fray, ha dejado esta nota en su libreta, quizá, una breve estrofa del coro, que ahora no olvidaría nunca.
Fray Cordero, antes del alba romper el telón epiléptico de las tinieblas, como de costumbre entró a la habitación de Fray Lorenzo, el cual yacía en la cama, tendido, con la boca abierta y sin suspiro. Justo, en el área de su miembro varonil, se observaba una protuberancia, que impactó a Fray Cordero, poniendo en duda la santidad, de nuestro Fray. ¡Oh, San Agustí!, y se persignó con una serenidad, como nunca. Prefirió, leer primero la nota, antes, que indagar sobre el asunto, que hacía ascender la sotana. Y con doble pesadumbre en el alma, Fray Cordero releía la nota, que había dejado escrito nuestro amado Fray, en su mesita de noche: “es tan sólo, el soplo divino de la muerte, mi querido Fr…”

Texto agregado el 13-07-2009, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


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