Amargos océanos teñidos de sangre,
la tierra prometida se disipa imperdonablemente,
la desnudez es tangible
y la locura desbordante.
El delirio del tiempo transcurrido
sólo es un eco ahogado en la garganta,
el recuerdo de un amor desmedido
cruzando las fronteras del fracaso.
Y tú, amor mío, que buceas sumergida
en las tormentosas aguas de la desesperanza...
Tú, amiga mía, que vencerás conmigo la muerte...,
tú existes porque te cobijas
en lo más hondo de mi alma.
Vives del aire que respiro,
del amor que me abrasa,
del dolor, de la pena...,
vives de mi añoranza.
Océanos teñidos con la sangre de mis venas,
el mundo retrocede en su andar infinito,
promesas llameantes extinguidas a tiempo:
La ignorancia gobierna en su trono dorado.
La vida continúa, ya lo tengo asumido,
y la muerte aguarda detrás de alguna esquina,
miedo disfrazado de llanto es lo que queda
y un deseo ahogado en la penumbra.
El viento se insinúa vagando libremente,
la inseguridad susurra la esclavitud de la duda,
el enemigo avanza sin poseer defensa,
y la noche calla..., calla.
En el silencio vuelan los sueños incumplidos...
¡Se escuchan tantas voces,
como si el alma hablara!,
se la escucha gritando su desgracia pasada,
buscando esa sonrisa que vuelva a despertarla.
Cruces de fuego danzando
en el crepúsculo olvidado,
dagas abriendo brechas
que hacen que todo se desborde,
y una pregunta sólo:
¿Por qué todo se acaba?
Sólo el amor queda, él no se marcha...
Espectros danzantes lo evocan
y musas encantadas lo custodian.
Yo también, yo vivo porque él existe,
mi corazón late al compás
del amor que vive en mi alma.
¡Oh, pajarillo, quién tuviera tus alas!,
para recobrar esa libertad fugada,
esa pasión desmedida,
esos deseos, sueños...,
esa calma.

(24/04/96)