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Inicio / Cuenteros Locales / grisangel / 5. Economía angelical

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V.-

Isabel luchaba con todas sus fuerzas, tratando de mover las piernas y sacárselo de encima. Pero Luis pesaba veinte quilos más que ella, una joven delgada que no medía mucho más de uno sesenta y no practicaba ningún deporte salvo alguna caminata por la rambla. En aquella posición, sobre el estrecho banco, no tenía suficiente fuerza para asfixiarla por lo que tuvo que utilizar ambos brazos y arrodillarse, clavando un pie en la tierra, cambio que Isabel aprovechó para tironear de su camisa y de su piel con sus manos. Entonces comenzó a perder fuerza, y su visión se achicó como si las tinieblas la envolvieran. El miedo a la muerte la reanimó un segundo, y con su último manotón tocó algo frío en el cinturón de Luis: aferró las llaves y tiró.
Él aflojó apenas la presión al sentir un dolor agudo en la cara, por donde la punta de metal lo raspó abriendo un surco irregular. Los reflejos del humano ayudaron, porque el dolor pasó muy cerca de su ojo izquierdo. En ese momento, Isabel recordó los consejos de Cecilia y disparó su rodilla hacia arriba, dándole justo en la entrepierna. El hombre rodó a un lado y ella, descubriendo energías inesperadas, logró salir corriendo hacia la entrada iluminada de un edificio.
–¡Auxilio! –quería gritar pero de su garganta lastimada salió apenas un gemido. En la puerta había un hombre robusto apoyado contra el marco como tocando el portero eléctrico, vio su oportunidad y le hizo señas llamando–. ¡Ey, espéreme!
A unos pocos metros reconoció el equipo deportivo de nylon corrugado, y trestabilló, intentando retroceder. Ridhwan se volvió y pareció volar hacia ella, a tiempo para darle un golpe en el rostro a Luis que ya la estaba alcanzando. Cayó noqueado al suelo, y de su cuerpo inerte se levantó una nube blanca y etérea que poco a poco iba tomando forma.
–Muriel –dijo el hombre con voz grave–. Vuelve con tu jefe Baraquiel si no quieres más problemas.
A pesar de todo y como era el que ayudó a su abuela, Isabel aceptó que el hombre la sostuviera contra su brazo fornido, mientras le decía que podía ayudarla, con una condición. Le explicó que muchos temían a los humanos que podían verlos, porque la divinidad había prohibido hacía mucho tiempo que se mostraran ante ellos. Sólo tenía que acceder a olvidar todo, a someterse a una forma de amnesia, y la dejarían en paz.
–Hay algunos riesgos, por cierto, no quiero engañarte. Puede ser que olvides algunos otros hechos de estos días, pero nada importante. Además, no te va a doler –aseguró.
Isabel contempló el cuerpo de Luis y se agachó para acomodarle la cabeza hacia un lado, para que no se tragara la sangre que le salía de la nariz. Tal vez sería bueno olvidar algunas cosas.
Por otro lado, no podía perdonar lo que habían hecho. Aquel ser había ultrajado a Mariana, una niña inocente, y había tratado de asesinarla de una forma horrible. Todavía tenía las marcas de cuando la clavó a la pared. Adivinando sus dudas, Ridhwan le tomó la mano vendada y la punzada que tenía allí comenzó a aliviarse.
–La verdad es que no tienes otra opción, muchacha –murmuró Ridhwan–. Aunque sea difícil de tragar, lo mejor es que todo quede así…
Isabel sacudió la cabeza pero dijo que aceptaba, porque quería vivir. Ridhwan canturreó, contento: estaba solucionando esa situación imposible. Esta joven tendría amnesia, y el supervisor haría como que no pasó nada. Después podría negociar con Raguel la vida de Axel, ya que no era justo que pagara por una basura como Nasaedhre.
Caminaron. Tenían que buscar un lugar con tierra y árboles, y ella conocía un parque bastante cerca.
–Si voy a olvidar todo, antes podría sacarme una duda ¿no? ¿Qué son Uds. realmente?
Con un suspiro, Ridhwan explicó que aunque algunos no lo parecían eran ángeles, mensajeros de dios, criaturas de luz. Llegaron al Jardín Botánico y él la ayudó a saltar la reja. Luego de encontrar un rincón apartado, se pararon en medio del césped y Ridhwan comenzó a hablar con su muñeca, como si llevara un micrófono allí. Isabel esperó, ansiosa. De pronto, la tierra empezó a temblar como si un leviatán fuera a surgir de sus entrañas.
–¿Es esto? –gritó la muchacha, pero Ridhwan parecía tan sorprendido como ella.
Se abrió un foso y del barro salió un niño menudo y sucio, cubierto sólo por un taparrabos.
–¿Hola? No nos habíamos conocido antes, creo –inquirió el ángel, perplejo–. ¿Eres el principado guardián de esta ciudad?
–Así es. Y aunque soy joven no me gusta que se metan en mis dominios –replicó con voz aflautada y gesto imperioso, levantando con su manito un cuerpo mucho más grande que él– unos ángeles comunes.
Axel se incorporó e hizo una reverencia con humildad. En su loca huida se había chocado con el palacio subterráneo del espíritu de la ciudad, y al contarle su problema, el pequeño había accedido a ayudarlo a salir a la superficie y encontrar a su mentor.
Al enterarse de que Baraquiel andaba con dos elementales, Ridhwan se puso serio y llamó con urgencia por su mano.
–¡Ah! Aquí estás –exclamó una voz conocida y a Isabel casi se le cae el alma a los pies cuando vio llegar a su novio–. Soy yo de nuevo… Isa, por favor ven conmigo.
Los había venido siguiendo todo el camino, mientras ellos creían que Luis seguía dormido donde lo dejaron, y con él venía Muriel, como una sombra. No tardó en aparecer también un hombre hermoso de largo cabello rubio. El niño estaba sentado en una roca contemplando la escena, divertido; Luis avanzaba e Isabel retrocedía desconfiada, Axel enfrentaba a Muriel y Baraquiel. Este dijo:
–Hola, Ridhwan. Yo sé que tu trabajo es mantener bajo control a los humanos, así que ¿por qué no nos ponemos de acuerdo? La solución a este dilema es sencilla, debe morir la mujer. Bueno, también el hombre. Dos menos en millones nadie lo va a notar.
–¿Qué dices? –murmuró Luis, e Isabel se apiadó y lo abrazó, viéndolo tan débil y asustado.
El principado no estaba de acuerdo. No quería que su ciudad tuviera repentinamente una tasa de mortalidad más alta, porque se podían reír de él los demás guardianes. Ridhwan evitó sus miradas, considerando lo que le proponían. Isabel notó los ojos de Muriel, infectos de odio, y tuvo que apartar su mirada. Tenía la boca seca, pero logró reunir valor para protestar con tono plañidero:
–Oiga, señor… Yo acepté que me hiciera algo para olvidar todo. ¿Era un engaño? ¿Va a dejar que nos maten?
Por fin entendió Axel a qué extremos eran capaces de llegar sus compañeros para ocultar un crimen, incluso alterando el orden natural, y en eso estaban involucrados poderes supremos. Lo peor era que ninguno parecía conmovido ni extrañado, cuando hablaban de muerte y corrupción. Se plantó delante de Isabel y Luis con su espada. Su indignación ardía en la hoja negra emitiendo un fulgor azulado.
Muriel, deseoso de vengar a su amigo, se tiró contra Axel, pensando esquivar su filo y matar a la joven para hacerlo quedar como un tonto. Logró pasar y tomó a Isabel como rehén, sonriendo e invitándolo a que tratara de cortar ahora. Ella pidió ayuda, pero Luis había caído de rodillas en el suelo en un estado lamentable, con el rostro oculto entre las manos casi sollozando.
Encima lo azuzaban. Resentido, Axel lo hubiera atravesado de no ser por Ridhwan y Baraquiel que lo detuvieron a tiempo. En su prisa por desprenderse de ellos, rasgó su camisa y los dos lo soltaron, sorprendidos. Baraquiel esbozó una sonrisa triunfal, Ridhwan se mordió el labio. Entretanto, Axel se zambulló hacia Muriel, quien no conocía su capacidad y se admiró al darse cuenta de que el otro lo tenía aferrado del cuello. Era tan rápido que no lo vio venir. Se creía acabado como Nasaedhre cuando un rayo de luz se alzó desde una fuente cercana y en medio del prado se formó una fina película de brillantes gotas de agua, suspendidas en el aire.
El miedo se desvaneció ante tal prodigio, e Isabel contempló azorada la bella criatura que aparecía reflejada como en una pantalla. Un ser de aspecto frágil, femenino como una geisha, la cabeza adornada por una tiara de flores blancas y rojas, brazos que se movían con gracia y dedos finos que señalaron a Ridhwan al hablar: –Lamento que hayas esperado tanto, es difícil atravesar esta realidad y el mundo humano. Mis hermanas me están ayudando a mantener esta comunicación con su energía. ¿Qué milagro deseas?
En el óvalo de su rostro tenía unos ojos enormes como una piscina de agua tropical. Todos estaban envueltos en su aura perfumada y sentían un amor tan perfecto que toda la mezquindad y el ansia de matar o huir había desaparecido. Isabel sentía que le caían lágrimas calientes por el rostro y agradeció que todavía había seres llenos de amor y ternura en ese mundo perverso al que había accedido por casualidad.
La hermosa criatura afirmó que todo se arreglaría, y Luis cayó en un letargo profundo. El próximo sería su turno, por eso Isabel quedó estupefacta cuando Axel tiró de su brazo, y se la cargó al hombro.
Un segundo después, la imagen se desvaneció y todo volvió a sumirse en la oscuridad de la noche. En el acto arreció un viento gélido que sacudió las copas de los árboles. Muriel señaló, dando la alarma, pero Axel ya había desaparecido entre los árboles con la enfurecida mujer.
–Dime con quien andas… –se burló Baraquiel, pero Ridhwan no estaba de humor y lo pechó al echarse a correr tras el fugitivo, apenas siguiendo el paso al espíritu Zefón que se arremolinaba en el cielo, desparramando hojas por todos lados y levantando una polvareda insoportable.

Texto agregado el 13-07-2009, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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