Ella se incorpora, siempre quita la sabana hacia el mismo lado, descubriéndose. Pone ambos pies en el suelo y los mete en las zapatillas, que le aguardan colocadas simétricas.
Se levanta. Avanza hacia la ventana en la penumbra y levanta la persiana. Mira hacia fuera. Bosteza.
Se desnuda y anda hacia el baño mirándose el perfil del pecho en el espejo del pasillo. Se lava, se peina. Vuelve al cuarto y se viste.
Baja la escalera y entra en la cocina. Abre la nevera y toma un tetrabrick pequeño con zumo. De esos que tienen una pajita pegada. Coje dinero de la cartera y baja a la calle.
Compra en el mercado, vuelve a casa. Entra en la cocina y saca la comida de las bolsas y lo va introduciendo todo en la nevera y los armarios.
Enciende la radio, ponen una canción que le gusta. Tararea de buen humor. Parte cebollas, el aceite se calienta.
Cuando ha comido recoge los platos, el mantel, y tira las miguillas al fregadero. Apaga la radio. Enciende la televisión. Echan un documental de animales en La 2, en otras cadenas mujeres oxigenadas y operadas y hombres anabolizados y depilados se tiran los trastos. Será mejor ver el celo del lince ibérico.
Suena el teléfono. ¿Sí?, Hola, claro, a las 5 en el Rigoletto, nos vemos allí, un beso.
Sale de casa guiñando los ojos al sol. Llega al Rigoletto, se sienta en la terraza, pide, conversa con sus amigos, se rie. Vuelve a casa.
Enciende la tele. Cena. Recoge la cena. Vuelve a salir, coje una chaqueta por si acaso. Se sienta en la hierba del parque de noche con sus amigos, hablan, se rien. Planean una salida para el fin de semana. Vuelve a casa.
Se desnuda, hace pis. Se pone una camiseta y se mete en la cama. Y así un día tras otro mientras se evapora el verano.
Entonces suele pensar que su vida esta bien, y respira el calor del aire en la noche colandose por las rendijas de la persiana.
Pero en el fondo desea un quiebro, un salto al vacio. Algo que le saque de la monotonía atroz, de la rutina, de esa apatía hepática de cada día. Un despunte, algo por lo que lamentarse, alegrarse, dolerse, algo que le calara.
Algo que le quitara esa sensación permanente de llevar puesto un chubasquero en el que las gotas nunca permanecen demasiado tiempo. Un clavo ardiendo. |