Con seriedad, desayunado y bien vestido, espera el ascensor. A su espalda está la puerta de seguridad de su piso. Allí viven sólo altos ejecutivos y Juan es uno de ellos. Sale cada día a la misma hora, su limusina hace el mismo recorrido y nunca llegó tarde.
Con el café en la mano, salió apresurada del bar de la esquina y milagrosamente alcanzó el último tren de la mañana. Llegará tarde. Sonia y el vaso de plástico con su único alimento de la mañana, sortean cuerpos y cabezas hasta llegar a un asiento. Resoplando, recoge su abrigo que otros pasajeros pisan. Relajada, saborea el líquido ahora tibio.
Al llegar a su lujoso despacho, revisa el informe de los últimos lanzamientos y comprueba el aumento de las ventas. Se siente orgulloso.
Al bajar, deja el recipiente en una papelera y tantea las últimas siete monedas que bailan en su bolsillo. Apura el paso al edificio de la editorial. Necesita ese dinero.
Pulsa las teclas del ordenador, revisa su agenda, mira por la ventana hacia el puerto deportivo y se ilusiona con su próximo negocio.
Pulsa los botones de los cuatro ascensores, en el gran recibidor. Con desilusión mira como suben, alejándose de ella. Impaciente, sube por las escaleras, son cuatro pisos.
Espera la visita, acomodando su mesa y ajustándose la corbata. Consulta el reloj y se resigna ante la demora. Se pone a leer las noticias.
Espera un instante frente la puerta. Se recompone agitada. Inspira, mueve la cabeza para acomodar el peinado y entra. Sonrojada por la vergüenza de la demora, dibuja su mejor sonrisa.
Cuando la ve al entrar, la saluda y sonriendo lo justo la invita a sentarse.
Cuando lo ve, lo saluda y acepta la invitación de sentarse. Extiende el manuscrito dentro de un sobre.
Recibe el sobre, comprueba el contenido y le extiende un cheque.
Recibe el cheque y comprueba el importe.
Las ganancias de esta próxima publicación le permitirá, en seis meses, cambiar su barco.
Las ganancias de esta obra le permitirá vivir otros seis meses.
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