Son nubes. No puedo moverme ni cerrar mis ojos. No puedo dejar de observarlas. ¿O es que ellas no pueden dejar de observarme?
Él también observa, pero ríe. No comparte mi dolor, pero indudablemente lo disfruta.
Hasta aquí llega el resplandor de las llamas quemando la ciudad.
Él sigue observando. Inerte, inmóvil como las lágrimas caen y como mi llanto fluye, mudo, para escaparle al eclipse de sonidos con el zumbido eterno de la radio.
Voces a mí alrededor se aproximan. Cada vez más cerca.
No así tus ojos, que ya tan lejanos son y evaden mis recuerdos junto con tu voz.
¿A quien le cantarás esta noche?
Me pregunto si mi alma escapará por la ventana para oírte solo una vez más.
Solo percibo eso que lejanamente y con oscuridad gime en la pradera.
Te encontraré. Porque al morir mi calor seguirá rastreando, cansado la verdad que tu corazón no sabe decir.
Extiende tu luz para que yo pueda verte. Desde una costa a la otra.
Navegaré mañana, quizás, el mar con las manos y me llenaré de lágrimas que solo seran para ti…