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Despertó en medio de la noche, no sabía que hora era y aunque le extrañó que el bebé no llorara, pudo más su sueño que le venció y se volvió a acostar. A punto de volver a dormirse creyó escuchar un viento creciente, irreconocible, sofocante. No soportó el cansancio y cayó rendido.
Al día siguiente despertó y su primer pensamiento fue dar de desayunar a su hijo pero al verlo todavía dormido, regreso a la cama. Se desperezó mojándose el rostro y el cabello. Sentía la playera pegada al cuerpo por su sudor y la boca amarga y reseca.
Sentado en la cama, recordó aquello que escuchó a mitad de la noche y casi de inmediato se asomó por la ventana. Nada. El auto seguía frente a la entrada y aunque buscó algún techo caído, basura, algún indicio del fuerte viento de la noche, pero no había nada. Y fue precisamente eso lo que le extrañó, no había nada ni nadie, ni un solo pájaro en los cables, ni un niño corriendo, ni una mujer en el mercado, ni un hombre caminando.
Volteó buscando a los albañiles que trabajaban en la obra de la esquina pero no había nadie. Pasaban de las diez de la mañana y sintió que ya era demasiado, bajo corriendo las escaleras y abrió la puerta para salir a la calle. Esperó encontrar algo que lo hiciera sentir equivocado o al menos paranoico y que finalmente lo tranquilizara, pero nada cambió. Nadie había en la calle, animal o humano. Comenzó a angustiarse e instintivamente regresó con su bebé, pero encontró la puerta cerrada: en su frenesí olvido las llaves adentro y solo su hijo de dos años se encontraba en la casa!
Por unos instantes cerró los ojos y trató de calmarse; se llevó la mano al rostro y frotó su ceño en un reflejo de desesperación. –“QUE ESTUPIDEZ, ESTO NO PUEDE SER” se repetía así mismo; corrió al ventanal de la entrada e impulsándose sobre la casa del perro subió al techo por el lado de su habitación. No dejó de notar que su propio perro tampoco estaba, pero no le importó. Se descolgó por la ventana y al descubrir que estaba cerrada no lo pensó, con el puño apretado rompió el vidrio y la abrió. En ese momento oyó a su hijo llorar y corrió a buscarlo. Aún con la mano sangrando sacó al pequeño de su cuna y lo abrazó contra su pecho para calmarlo; llevándolo a su propia cama, se acostó junto a él.
De alguna manera soportó unas ganas inmensas de llorar, mientras lo comía a besos. Aún con su hijo en brazos miró por la ventana sintiendo que todo volvía a la normalidad. La gente iba de aquí para allá, al mercado, caminando, su perro ladraba y los pájaros trinaban.

Texto agregado el 12-07-2009, y leído por 67 visitantes. (0 votos)


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