“Tú me recuerdas un poema que no logro recordar, una canción que nunca existió y un lugar al que jamás habría ido” (Efraim Medina Reyes)
Él nació en un día de invierno y metamorfosis como muchos otros, pero fue desdichado porque no logró las expectativas de su creador. Fue guardado en un cajón junto con otros papeles, se marginó solo. un día sin recuerdo fue sacado del rincón oscuro, pero para robarle los pies con los que quizá podía caminar hacia alguna boca, días después su creador volvió a sacarle del cajón ya inválido y más triste, esta vez arranco de si los brazos y sus profundidades dejándolo casi moribundo, sólo faltaba el corazón; el que le dio imagen y letras al sentimiento, el que le dio venas a la especulación, pero ya este viejo poema guardado en el cajón no tenía la fuerza suficiente para sobrevivirse solo. Otras noches pasaron y fue nuevamente extraído del cajón, su creador lo tomó entre manos leyéndolo detenidamente, dando por hecho que esa pequeña parte que sobraba era sólo ya la imagen somnolienta del sentimiento pasado, así que le guardó nuevamente, le condenó a la cadena perpetua de la ausencia, a estar exiliado de los hombres. Así se colmaron los silencios de él y de otros rotos poemas, en una bitácora inundada de impresiones resecas, como la escuela destruida y el mendigo.
Así es como mueren los poemas,
sin entrañas y sin cabeza,
se les roba su esencia para parar en otros poemas nuevos que tocan a los hombres la naturaleza.
Así mueren los poemas viejos,
palidecidos en estepas,
fuera de la conciencia,
en el triangulo de las bermudas del tiempo,
en los nidos viejos de las aves muertas por ganzúa.
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