“Pídeme la luna, y te la traeré envuelta en papel de oro. Te traeré el Sol, aún sabiendo que quedaré cegado por su resplandor. Pero no me pidas que cambie, no puedo darte imposibles, princesa.” Dije, siendo ya, cabal, serio y sobre todo honesto conmigo mismo. Autohonestidad, si lo hubiese sabido antes habría ahorrado tantos malos tragos, a mí en particular y a todos en general.
Una vez más y siguiendo la línea que sin querer me marqué cuando todavía no sabía si me serviría de algo, dije lo que pensaba, porque pensaba que lo que decía era lo único que me salvaría una vez más de la desazón.
No sabía por aquel entonces que, en ocasiones, mucho mejor la boca cerrada y el culo prieto, en realidad, no acabo de aprenderlo.
Analizando ahora mi “revelador” pensamiento, me doy cuenta de las pocas opciones que dejé al azar, básicamente había dejado la decisión en manos de la princesa, a fin de cuentas, esto era lo que había, lo que hay y no hay nada que hacer, es lo que había dicho, con alguna floritura y más aditamentos de los necesarios, supongo que para suavizar el impacto de tamaño soborno emocional.
Una vez más desprotegido y abierto en canal esperaba el brutal choque de la cruda y reveladora realidad. Lo cual, por otro lado empezaba a atraerme. La cruda realidad, ni tan cruda, ni tan real; una vez más pensé para mis adentros: “mucho mejor la boca cerrada y el culo prieto…”, una vez más tarde…