De mole y sopaipillas
Durante 94 noches durmió bajo llave con el teléfono a su lado, y claro, el despropósito de Vicente, su tercer hijo, la dejó con el alma en un hilo, aquella llamada avisando de la cuenta telefónica que debía ser cancelada antes de 5 días, por un monto demasiado considerable para ella. Todo se le aclaró cuando Vicho le suelta la neta, había sido él, la noche del sábado 4 de febrero, que sin saber cómo, habló 7 horas con aquella que difariaba en misma sintonía, 8000 Km. al sur.
El despropósito mutó en comprensión, de a poco para Cuca, y es que no podía evitar que la comisura de sus labios expresara alegría cuando llegaban esos tremendos sobres repletos de una vida extraña para ella, una que se vivía a mil en una ciudad adornada por Cordillera, tan lejos de su Pachuca, la bella airosa. Dejaba siempre la encomienda sobre la cama de Vicente, y esperaba tranquila a que éste le mostrara algún detallito que venía para ella, una foto antigua, revistas, discos y cuanta cosa rara que se le ocurría a Patricia enviar a su medio salmón septentrional.
La comprensión convertida en ternura; eso vino luego, cuando Cuca asimiló que esta locura de Vicente era compartida, al compás de unos pinchazos telefónicos que se sucedían cada noche y que le costaba entender, cada noche y durante tanto tiempo, puntual, y con aroma a 3 horas menos en su añoso reloj de pared.
Cariño fue el paso inevitable, i ne vi ta ble, ya había pasado tiempo y Patricia se atrevió a volver a marcar 052771713…. la hermosa voz que le decía “bueeeeeenooo”, poco a poquito, antes de pasarle la llamada a Vicente, se fue dando la rica conversa, sobre sus respectivos hijos; el verano allá e invierno acá; el durazno rojo deshojándose allá, los azahares inundándolo todo acá; el mole allá y las sopaipillas acá.
El cariño metamorfoseado en nudo en la garganta, aquel domingo en que Patricia imaginaba esa última caminata del brazo, esa conversación (o silencio emocionado) hacia la Villita, a su misa, Cuca recargándose en el brazo fuerte de Vicente, él demostrando entereza, cada pasito una vida, un instante profundo; ella atesorando en su pecho las risas de niño travieso que fluyen con olorcillo a jacaranda, mientras él le sigue apretando fuerte.
¡Sabía que eras tú, hijita querida! así le contesta cada viernes a Patricia esa dulce voz, este año ha sido para ellas de complicidad total, con ese amor por sus respectivos hijos, por el amor compartido a Vicente, por secretillos que las unirán por siempre, porque esa tranquilidad, espiritualidad, y entrega total que inunda a Cuca, ya le son una inyección necesaria a Patricia.
Al sur Patricia ensaya con harina y zapallo, allá, Cuca guarda en almíbar los duraznos de la cosecha de este verano y que con celo cuidó para que su hijita probara.
Se acerca el día y los nervios se fraguan en igual profundidad y emoción, al fin ese abrazo anhelado tendrá forma, Patricia podrá decir a los ojos ¡gracias!, por la confianza, por comprender, por cada detalle, por esa cajita cedida con sus recuerdos de juventud, por su grandeza.
El despropósito con signo de vida nueva.
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