Qué quieres que te diga de mis sueños, lo que el agua nos da, la tierra nos lo quita. Vivimos entre obsesiones, tragedias griegas de vivos colores que se acentúan al olor de las parcas y al paso de las horas. No toda la vida pasa en el fondo de un vaso de cristalino y huidizo licor, entre sorbo y sorbo consumimos pensamientos, matices, haciéndonos más débiles.
Lo que el agua nos da, la tierra nos lo quita, lo seca, lo marchita, como el paso del tren que nunca llega a partir o como el fino hilo de una aguja que nunca sale. Conforme rezamos nos acercamos a la tierra y del agua nos alejamos. Conforme pensamos, en acuáticas metáforas, se va secando el barro, conforme lloramos agua derramamos. Y ahora que ves tu cuerpo semihundido en la arena, como el perro que ladrar ya no puede, entre tierra y polvo te sepultas y entre polvo y arena pronuncias tus últimos salmos.
Lo que el río nos regaló la tierra nos roba, lo que el mar nos trajo bajo los árboles se sepulta y excavamos, buscando aquello que fuimos y somos sin sentir que seremos, porque lo que la tierra nos da murió en su momento.
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