Hoy te vi de cerca. En realidad te vi muchas veces pero jamás te había observado. Estabas junto a mi, en brazos de tu madre, pequeño, con tus mejillas rojas y paspadas por el frío. Nada decías, por tu rostro corrían dos pequeños arroyuelos que lavaban esa, tu carita sucia, descuidada, triste... Solo el brillo de tus ojos y tu congoja demostraban vida.
Tiritabas, pero con esos ojos negros hablabas a tu madre. Así, sin idioma, sin palabras, solo cruzaste tu vista con la de ella y te entendió, pasó una mano por sobre tu rostro tierno pero frío y con amor, único y sublime acomodó un pecho en tu boca y te arropó con lo poco que tenía.
Y así, mientras tomabas vida de tu madre, ella extendía una mano pidiendo una limosna a quien pasara.
Hoy te vi de cerca, mi corazón se estremeció y sentí frío, sentí dolor, tristeza, impotencia...
Tu imagen se grabó en mi retina y juro que por siempre te llevaré en la vida.
Diez metros más caminé por esa misma calle y volví a verte, tenías por lo menos quince años. Estabas solo, fumando no se qué, en posición casi fetal arrinconado contra un frío mármol en la entrada de un edificio. Crucé la calle, no pude soportar la mirada de tus ojos negros pero que ya no me mostraban vida. Estabas solo, mal abrigado, el frío era intenso.
Seguí caminando pero pensando, en vos. Dos obreros municipales trabajaban despegando carteles, las elecciones habían pasado, esas que dan poder a algunos y pobreza a otros habían sido hace muy pocos días. Llegué a ver cuando sacaban el último cartel, no se de que partido político sería, poco importa, pero llegué a leer antes que caiga la palabra "equidad".
Me sentí mal, acomodé mi bufanda y con la cabeza gacha caminé hacia mi casa con tu imagen, la misma que ahora me permite describirte y hace que, aunque se que no puedes, ni podrás leerlo, al menos yo te pida perdón.