Esta noche iremos seguramente a una estación de tren abandonada en el desierto, porque somos escritores y vamos a todos lados, y no hay nada de malo. Iremos todos los escritores de la ciudad juntos: la liga de escritores de la ciudad. Y la gente volteará a vernos con odio cuando comencemos a platicar en voz alta, como queriendo llamar la atención, con nuestro tono irónico sostenido.
Mucho antes de bajar del transporte público, diría yo 20 minutos después de subir, ya estaremos exhaustos de decir cosas ingeniosas y querremos regresar a casa (tal vez para desarrollar algunas de ellas), pero nadie dirá una sola palabra al respecto, sino que seguiremos el camino, al cual le faltará mucho más de la mitad, y llegaremos a la estación, ya silenciosos, con unas cuantas frases titubeantes, tartamudeantes, ya sin entusiasmo ni picardía ni fuerza ni punch (no encontré una palabra en español).
Y llegaremos ahí todos los escritores de la ciudad, que no somos muchos, y algunos pretenderán pasar un rato fenomenal; otros, los más sinceros y malditos, seguirán diciendo esporádicamente algunos comentarios cáusticos acerca de la idea de venir a la estación, dejando entrever que no hay salvación ni nada que pueda satisfacernos.
En la estación abandonada del desierto encontrarán una construcción bastante conservada, estilo medievalesco, pero en miniatura, y ya saben, todo eso de los capiteles, los arabescos, las cornisas, los remates, la fachada y el tejado, sin olvidar la otra palabreja…. ah sí, almenas. Todo eso muy bonito, y el calor también.
Viendo la liga de escritores que no hay manera de divertirse en ese lugar, invocan a las tormentas del desierto, pero como son realmente inusuales, aunque devastadores en algunas ocasiones en que llegan a suceder, no les toca presenciar tal espectáculo y tienen que regresar sedientos a donde tienen que regresar para tomar el transporte, y compran agua. Los muy olvidadizos olvidaron que el agua era indispensable cuando se pretende llegar a una estación abandonada en el desierto.
Ya atufados en el regreso, nadie hablará entre sí; es más, algunos fingirán estar dormidos y tratarán incluso de dormir, para que parezca más corto el trayecto que los llevará a la soledad y la comodidad de sus habitaciones atiborradas de libros polvorientos.
De todas maneras al regresar a casa todos dirán: “qué bueno que despejé la mente un rato, aunque fuera con esa manga de petulantes engreídos. De verdad que nunca está de más desprenderse un poco de estas letras, que entre mensaje y mensaje, historia y historia, encierran una inquina que puede llegar a ser fatal. Mira a ese Kant: cuánta gente no ha quedado trastornada por querer aventarse toda su crítica de la razón pura”.
Todos pensarán eso simultáneamente; cada quién en su respectiva habitación, viendo su respectiva colección de libros desordenados.