y el que la recoge no
es capaz de ayudarle
a sonreír, no
es capaz siquiera
de ser parte de su ser,
siendo manco.

Deja que sus dedos
desgarren el amanecer,
deja que los días
se aplaquen de ironía
y mezcla de sangre
y llanto
pinten la pared de
mi cuarto para verlos
felices mordiendo
el espacio entre el aire
y tus deseos somnolientos.

Y harán maravillas con
tus sueños, tejeremos
latifundios de gente que
se restriega contra el
suelo intentando hacer
nacer un día de felicidad,
intentando concebir
una verdura que le calme
el hambre, el
dolor de las entrañas
pobres de sentir,
y el cielo ahí entre
las nubes infértiles
no es capaz de dar una
gota al pasto de anís,
no es capaz de chillar
con relámpagos para
que el patrón se asuste y
los esclavos fueren libres.

Eso es lo que haremos
con mis días, esconderlos en
cajas de cristal,
que no sean el de otro
y no sucumban a su
deseo las lágrimas que
vertí en el río para
hacerlo nacer, que
no fueren de otro
las gotas de mi sangre en
los árboles obscenos para
hacer crecer frutos
suaves de clamor y pasión,
que mis ojos marchitos no
miren jamás amigos otros,
que no sean sino las palmas
de la tierra herida, y que el
destino empregnado en ellos
no se asuste de ver ojos
que le harán morir,
que mi alma tarchada a la orilla del
mar por la tuya, no se queje jamás
y al morir, ver en tus labios
la fruta seca del odio, por lejanía
yo no pueda.

Olvidar que sentía no es nada de fácil...