“Esta noche cruzaré la puerta del jardín de la inconsciencia, creo que me daré un paseo, no tengo duda de que sin problema sabré encontrar el camino de vuelta, lo que no está tan claro es que vaya a querer hacerlo.”
Empapado en alcohol como llegue, me pareció una reflexión de lo más inteligente, es más, me pareció que había encontrado la piedra filosofal del ocio desmedido, que podría entrar y salir a mi antojo del estado de inconsciencia y seguir adelante con mi ordenada vida y con mi arremolinada vida social. Ahora, en frío, me doy perfecta cuenta la estupidez peligrosa que esto supone. Ahora, en frío, no puedo sino arrepentirme, aunque no demasiado.
Llegados al punto en que los vapores etílicos han desmontado cualquier resquicio de voluntad que pudiese quedar, el quiero y el puedo se entremezclan, hago lo que quiero porque puedo y quiero poder hacerlo, o al menos eso creo, porque desde este lado las erráticas ensoñaciones de mi parte inconsciente aparecen diluidas por un fino manto de amnesia que, sin duda, me protege.
Es como si mis dos mundos se hubiesen separado, desmembrado, cuando soy consciente no siento arrepentimiento alguno, y cuando no lo soy no hay restricción ninguna, salvo las que yo decida imponerme, que como ya podréis imaginar a estas alturas, son más bien escasas.
Vivo pues a merced de mi propia inconsciencia, que de seguir así, tarde o temprano cometerá un error que, el que suscribe, no podrá asumir, de seguir así, supongo que tampoco me importará demasiado poder asumirlo o no y he aquí de nuevo la maldita encrucijada.
Así pues, si aún sabiendo lo que pasará albergo dudas sobre si modificar el rumbo o no hacerlo, he de suponer que este razonamiento no me vale o quizá ya mi adormilada consciencia no tiene la fuerza necesaria para frenar. En cualquier caso esta nueva perspectiva da un necesario punto de apoyo que utilizaré llegado el momento.
Hasta que el momento llegue, seguiré disfrutando del viaje e intentaré no perder el tren de vuelta.