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Al atravesar la calle, Fabiolo miró cuidadosamente a ambos lados, caminó rápidamente y llegó a la vereda opuesta sonriendo, compró un cigarrillo suelto en el quiosco de la esquina, con las últimas monedas que tenía y fumó con delectación, sentado en una banca semi derruida y rayada con frases alusivas a cierta pasión futbolística –después de este cigarrito, me voy al centro a conseguir algunas monedas- pensó al mismo tiempo que miraba a una mujer atractiva pasar junto a él. Terminó su pequeño deleite de nicotina y se alejó silbando una melodía pegajosa, apurando el paso para llegar luego a su destino. Si es que el destino permite ser determinado o considerado.
Una vez en el centro, se miró en el reflejo de una vitrina; a pesar de sus treinta años sus ojos y su expresión mostraban el rostro de un adolescente, sólo su pelo desaliñado era un motivo negligente en su cabeza llena de interrogantes. Entró en una gran tienda, preguntó por el jefe de personal, que justamente se encontraba presente.
-señor, busco trabajo.
-¿usted es vendedor?
-a veces, en mi casa vendo cosas...
-no le entiendo.
-vendo revistas pornográficas usadas, fósforos, colillas, jugo en polvo y también...
-lo siento, no hay vacantes por el momento.
Se retiró lentamente, pensando que era un buen vendedor, al menos en su casa, cuando vendía, todos le compraban sus artículos, y de manera rápida, sin escaparates, sin espejos, sin pasillos lujosos, sin vendedoras de sonrisa fácil y evidentemente falsa. Miró detenidamente cada ser humano, cada animal y cada vegetal a su alrededor.-tanta gente que camina rápido y no se miran, tantos perros y palomas con hambre y nadie les da alguna miga de pan, y esas plantas y palmeras que nadie riega habiendo tanta agua en la cordillera, creo que voy a reclamar- rió sonoramente. Se sentó en la escala de entrada de un antiguo edificio y vio pasar las horas lentamente, atado a sus pensamientos y a su miedo a la gente. Se sentía encadenado a la ciudad, como Prometeo a una roca, pero Fabiolo no sufría físicamente, nadie roía sus entrañas, sólo su mente era carcomida por las voces de su familia-Fabito, si no te da la cabeza pa’ estudiar, trabaja-entre otras que recordaba vagamente –mijito, báñese solito ahora- ó –hijo, usted es muy patiperro- Sacudió la cabeza de forma brusca y súbita, miró al cielo, ahora ya oscuro pero lleno de una palidez artificial creada por la poderosa iluminación de la ciudad.
Sintió frío, se levantó y casi corriendo por calle Puente llegó a Mapocho, quiso atravesar al otro lado del río, más tuvo temor de cruzarlo. Alguna vez en su niñez lejana, alguien le narró acerca de un río Estigia ó Aqueronte-nunca tuvo buena memoria- el que era cruzado por los muertos. Y el se sentía vivo, al menos su corazón latía y su cuerpo percibía el dolor, y tenía deseos sexuales muy seguido, aunque en su casa le prohibían tener relaciones –Fabiolo, tú no puedes hacer eso-pero de todas formas se las arreglaba para que alguna de sus compañeras ó amigas hicieran con él todo lo que supuestamente no debía hacer. Volvió sobre sus pasos y un intenso olor a fritura lo invadió como un sentimiento suave, y pensó en comer.-Señora, regáleme una sopaipilla- la observó con su mirada de adolescente triste.-Cuestan ciento veinte pesos, señor- se alejó olfateando el aroma y sintiendo su estómago hacerse un trapo nudoso de vísceras quejumbrosas y demandantes.
Desanduvo todo lo recorrido y se paró junto a un grupo de personas a esperar locomoción –qué micro tengo qué tomar- pensó con rabia que la buena memoria no era su fuerte, aunque si recordaba su niñez extraña, viendo duendes, escuchando pequeños cristos que le susurraban, y luego en su adultez, los mismo duendes pero malignos y los pequeños cristos convertidos en uno solo; ominoso y perverso, que lo miraba con burla, a pesar de estar clavado a dos postes de madera. Lloró, lloró mucho sin saber cómo llegar a su casa.-señor, disculpe, ¿puedo ayudarlo en algo?- la mujer vieja y mal vestida lo tomaba de un brazo y lo miraba sin desconfianza. –lléveme con mis tíos, por favor- la mujer lo miró largo rato, y comprendió el sufrimiento de Fabiolo. Le pidió que le indicara en dónde vivía, él se lo dijo claramente. Subieron a un microbús y Fabito le relató parte de su vida; se sentía triste a veces, pero casi siempre reía con sus amigos, jugaba a caminar en círculos o a estar sentado muchas horas. Dormía solo, a pesar de querer dormir acompañado, debido a sus continuas erecciones. La viejecilla lo escuchaba sin escandalizarse. Le relató también que almorzaba mal, no le gustaban las comidas que le hacían, aunque a veces le regalaban manzanas y el las mordía por partes, hasta formar un rostro con la fruta.
-Aquí es mi casa, señora.
-así veo, pero entra altiro, no te quedes afuera al frío.
-Si, señora, entro altiro, porque tengo que vender mis cosas, soy vendedor.
-Que bueno, cuídate mucho y no le tengas más miedo a los duendes.
-Me dan susto igual que el cristo pequeño que me mira en la capilla.
-Bueno, bueno. Chao, mijito, cuídate mucho.
-Chao señora.
Fabiolo llegó al portón de entrada del centro psiquiátrico, entró sonriendo y volviendo la vista atrás le hizo una señal de adiós con la mano a la señora vieja y mal vestida, que generosamente lo fue a dejar a su casa.

Texto agregado el 09-07-2009, y leído por 243 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-11-2010 esto está súper entretenido loco y tiene su lectura entre líneas sobre nosotros los chilensis. el final me gustó y no tiene nada que ver que con el Fabiolo seamos vecinos. quilapan
30-03-2010 me gusto, yo la contaria diferente pero la esencia de tu cuento es muy buena. y me parecio muy original y muy bien el perfil del personaje. isis1974
03-08-2009 queremos otra historia de Fabito!!! me encanto!! mis ***** psychedelicas!! FoxyAnGie
30-07-2009 Buena la historia del Fabiolo Fabito, que me parecía un tipo harto extraño como interesante. Quizás esto de revelar que se trata de un enfermo mental, emn mi opinión, le quitó fuerza a la historia. Saludos! manndrugo
09-07-2009 Me rehúso a que termine así!!!! El personaje es adorable y se merece diez capítulos más que cuenten su historia. Es mi humilde opinión. eride
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