LA ÚLTIMA PITADA

- ¡Ansí que se murió el Zoilo! ¿Y cuando jué?
- Hoy temprano, como a’laclarear, asigún dicen.
- ¡Pobre, que pena, tan gaucho que’ra!
- ¡Ahá, sierto, siempre muy comedido el hombre.
**
- ¡¡¡Jué un güen marido, y mejor padre, tan trabajador!!!
- ¡¡¡La verdá ña Carlina, la verdá, tan güeno que’ra!!! ¿Cómo cuántos años la acompaño a usté? Colijo… ¿unos treinta, no?.
**
- ¡Que pena! ¿Vio don Cipriano? ya no lo veremos más a lomo e’su zaino, revoleando las tres marías tras los choique, o acompañao e’su caterva e’perros, arriando algún piño.
- Romualdo, usté sabe e’que se murió?
- De muerte no más, asigún comentan.
- ¡Juna e’gran siete, hoy tamos, mañana no.
**
- ¿Y p’ande andarán sus hijos?¿Se habrán enterao?
- No creo ña Blanca, tán lejos. El Nicasio pal lao de Cutral Có, el Martín pal lao e’la chacra e’los Suárez.
Y su híja la Susana Ailéñ que’ra la más linda, se la llevó el Auqui pal Puesto Hernández, o al del Zomigual.
Loj’otros … sabe Diós, que rumbo habrán tomao.
- Pariciera que’l de Arriba, siempre se lleva antes a los más güenos.
- ¡¡Ansí parészz no más, ña Blanca.
**
- Yo me ricuerdo aquella vez de la gran nevazón, !!!Como se portó!!! ¿Si acuerda usté don Gregorio?
- ¡¿Y de no?! También fué muy comedido, cuando la parición aquella que vino tan mal ……
- ¿Y cuándo la crecida el Picúm?, andubo metido entre l’agua hasta las guampas, a más de……
……………………..

Había anochecido, y mas allá, medio retirada del lugar del velatorio estaba la tapera del Emiliano. Hombre, éste, relegado por los demás, un poco solitario y arisco, del cual decían, era algo “inocente, corto, un tanto quedado”.
Amparándose del frío a la orilla de su fogón, escuchaba las charlas de todos, mientras un leve gesto irónico cruzaba por su cara.
Había conocido mucho al Zoilo y a todos los que andaban ahí dando vueltas alrededor del finado.
Le amagó una patada simulada al Pulqui que se había adueñado de su cuero de chivo sobado, lo sacudió un poco y volvió a ubicarlo sobre el tronco de álamo que le servia de asiento, se acomodó y estirando las piernas arrimó las alpargatas al fuego. Sacó la guayaca de ñandú, donde tenia aquel “Caporal” fuerte y asiendo una hojita del librito Ombú, diestramente armó, se lo puso entre los labios acercándole una ramita encendida.
Inhalando con deleite, se puso a meditar las charlas que oía, intentando comprender aquel cambio tan sorpresivo y repentino que se había operado en el Zoilo, según el decir de la gente.

- (¡¡¡Como se había güelto e’güeno el finao!!!
. ¡¡¡Tan de ripente!!!)

A Emiliano, ese nombre siempre le había sonado a zorro y así lo nombró siempre en vida, -zorro- en vez de Zoilo.
Estiró la mano bajo el recado, sacando una botella de ginebra, le dio un buen trago, pegó una larga pitada y llegó a la conclusión que prefería seguir siendo malo, si para volverse tan bueno, tenia que pasarle lo que al Zoilo.
Eso si, se prometió firmemente:

“Dentro una semanita iré hasta la tumba, le prenderé un par de vela y le dejaré unos seis armaos.
Di’áhi, iré sin falta a darle mi más sentido pésame a la pobrecita viuda, de ña Carlina”…

Se levantó, tomó otro trago de ginebra, apagó el fuego, dió la última pitada, una fugaz mirada al cielo y se adentró en la tapera, rumbo al catre.


ags.
Copyright © 2007. All SADA. All rights reserved.