Era fines de septiembre del 73' y como todos los días, a las 13:00 pm. los maestranzinos colpaban Nogales con sus bicicletas, directo a sus casas. Amanda estaba ahí, en la esquina, esperándolo, como todos los días. Manuel salió sudando, con su bicileta en la mano, corriendo a tomar a Amanda en sus brazos, besarla, y mirarla a sus ojos tristes.
- Manuel, yo no puedo seguir así, vámonos lejos, no doy más con esto. Mi familia no quiere saber de tí, sólo por que estamos en lugares distintos de esta maldita dictadura.
- Amanda, ya va a pasar, aprovechemos estos cinco minutos, abrázame y dime que me amas.
- Manuel, es que hay algo que debo contarte... estoy esperando un Manuelito o una Amandita... debemos escapar.
Manuel la miró fíjamente, no podía creer lo que estaba escuchando. Hace ya días que sólo debían resignarse a esos cinco minutos, y ahora, ahora todo tomaba otro rumbo. ¿Qué podía decirle?, su dinero no alcanzaba ni para tomar un micro a Santiago, ¿cómo podrían escapar?. La abrazó, Amanda se hechó a llorar en sus brazos, rogando en su interior que todo terminara pronto, que pudieran escapar juntos, que pudieran ser tres ahora, sin la división que ahora se prestaba entre este Manuel Pérez, y esta Amanda Echaurren.
- Amanda, no llores, prometo mañana hablar con el sindicato, haber si nos pueden ayudar... Amanda no llores, le harás mal a nuestro pequeño, o pequeña...
Amanado soltó sus brazos, y se encontraron en el infinito beso de despedida. Manuel tomó la bicileta y partió. Ella caminó hasta llegar a su casa, se sentó en su cama y echó a llorar, ¿cómo podrían escapar de tan horrible realidad?, ¿En qué minuto había pasado todo esto?. Decidió ir a buscarlo en la noche, y se paró en la misma esquina de siempre, mirando como los ciclistas llenaban las calles luego de tan extenuante jornada. Pero Manuel no salió, Manuel no salía y todo estaba quedando vacío. Tampoco salieron los del sindicato, muchos no habían vuelto... y tampoco Manuel.