Madalisia, la bruja más bruja de todas las brujas, estaba de cumpleaños. Como era conocida por casi todo el siniestro mundillo de este tipo de harpías, le llegaron un sinnúmero de obsequios tales como patas de perro, tierra fresca de cementerios, perfume de ciénaga, arañas peludas, uña de la gran bestia, escobas nuevas hasta con sus respectivas patentes y varios atuendos muy ad hoc con los cuales nuestra sempiterna abracadabra se luciría en cuanto aquelarre se realizara. Entre todos los regalos que recibió, apreció de sobremanera un espejo mágico que era el campeón para mentir ya que cuando Madalisia se asomó para contemplar su repugnante nariz granujienta, el espécimen de vidrio le susurró con cálida voz: -Eres una belleza, eres beautiful, eres insoportablemente bella. La bruja envanecida con esos requiebros, comenzó a creerse el cuento, recortó su negra túnica, la que quedó convertida en mini, dejando al descubierto sus horribles, varicosas y flacuchentas piernas. También se encrespó sus pestañas, lo que le daba un estremecedor aspecto, porque es sabido que una bruja cuando se maquilla es el doble de bruja. Aún así, el esperpento, renovado y feliz, tomó su escoba y salió a recorrer los alrededores. Era jueves, así que le encargó a su murciélago regalón que le cuidara su caverna mientras iba a las tantas y tantas reuniones que tenía por delante. Cuando llegó a la primera de ellas, las demás se asombraron en extremo porque no la reconocieron. Madalisia, disimulando lo chillón de su voz, dijo coquetamente: -Hooooolaaa. Los brujos concurrentes comenzaron a cuchichear entre ellos que quien diablos se creía esa: acaso la Nicole Kidman de las brujas o la Madonna o quizás quien otra. Por respeto y por temor, ya que la brujilda era muy poderosa e influyente, la piropearon mientras que por lo bajo intercambiaban gestos de complicidad y risillas burlescas. Uno de ellos, Tamerlán, que tenía un estómago a prueba de balas y que por lo mismo adoraba a Madalisia, pidió más respeto por la compañera presente y amenazó con expulsar a quienes hicieran sorna de su espantosa compañera. Ninguno se atrevió a continuar con las bromas y aún más, como eran hipocritones, le cantaron las mañanitas, al revés por supuesto, por lo que la canción se transformó en las nochecitas. Un gato negro que miraba todo este espectáculo, asqueado ante tanta falsedad, vomitó encima del sombrero de la festejada y ella pensando que era una piñata, agradeció con lágrimas de cocodrilo en sus ojos tanto cariño junto. Más tarde hubo un cóctel de ratas podridas con vísceras de animales varios, canapés de lagartijas, cucarachas confitadas y de plato de fondo una cazuela de serpientes venenosas que tenían la dudosa virtud de conservar sana y malévola por los siglos de los siglos a toda esa cáfila de seres del demonio. Y colorín colorado este cuento pasa por una pierna gangrenada para que otros lo interpreten a su manera…
|