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Inicio / Cuenteros Locales / avjota / Matías, un niño común.

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Matías era un niño común, alegre, travieso. Era un buscador constante de aventuras, muchas de las cuales las realizaba en una hermosa plaza de su barrio cargada de árboles y caminitos que la recorrían en forma zigzagueante y que él, ya sea corriendo o en bicicleta los conocía casi de memoria.
Fue en una tarde de verano que Matías, presa del aburrimiento decidió emprender una aventura que lo marcaría para el resto de su vida.
Justamente ese día, su padre había realizado la poda de unos árboles que había en la casa. Matías se ocupó durante unos minutos de localizar entre las ramas de la poda una buena horqueta que, sumada a unas tiras de goma que encontró en el garage de su casa, un trozo de cuero que le dió el zapatero del barrio y un ovillo de hilo que sacó de un cajón de la cocina serían, aunque rudimentarios, suficientes para armar una honda.
En el fondo de su casa hizo la primer prueba. Un envase de hojalata sería el blanco. En la casa vecina estaban realizando reformas y había una pila de piedras de la que fue seleccionando las que consideró serían las mejores para utilizar como proyectiles.
Con los bolsillos llenos, comenzó a hacer puntería sobre el blanco elegido. Cinco tiros, cuatro impactos. Más que satisfecho por la perfección y su arma y buena puntería, decidió buscar un blanco diferente.
Así fue que se dirigió a la plaza, y disparando con su honda hacía sonar las piedras contra las columnas de metal que formaban el alumbrado mientras seguía practicando sus dotes de tirador. Pero claro, tirar a un objeto fijo resultaba ya un tanto tedioso. Fue cuando se dijo a si mismo, un tiro más y me voy a buscar la bicicleta. A unos pocos metros de distancia había sobre el cesped un envase de gaseosa. Con toda su fuerza, y como tiro de despedida, apuntó a la botellita y disparó.
Fue justo en ese instante que se produjo un hecho inesperado, impensado para Matías, el jamás lo hubiese hecho con intención.
En vuelo rasante un jilguero se interpuso en la trayectoria de la piedra y el blanco elegido. El pequeño pájaro cayó casi instantaneamente sobre el césped, aleteando pero sin poder levantar vuelo.
Matías, que se encontraba solo, miró a su alrededor como buscando un testigo que pudiese afirmar que eso había sido un accidente. La plaza estaba desierta. Dejó caer su honda al piso y corrió en auxilio del pájaro herido.
Sus pequeñas manos lo recogieron , poco sabía Matías de aves pero pudo observar que en una de sus alitas había una gota de sangre.
Corriendo fue hasta su casa en la que entró pidiendo socorro. Su mamá que estaba descansando a la sombra de un árbol se sobresaltó por el llamado de su hijo y acudió a su encuentro. Al ver al jilguero herido la mamá lo tomó en sus manos mientras preguntaba a Matías qué había pasado. Atemorizado por la posible reprimenda de su madre solo atinó a decir que lo había encontrado así en la plaza.
La mamá atendió al pequeño pájaro, lo curó, vendó su alita y para evitar que se escapara lo colocó en una caja a la que previamente perforó para que respirase. El propio Matías se ocupó de ir a pedir a su mejor amigo que tenía canarios, un poco de alpiste. Le contó (sin hacer mención a la verdad) que había encontrado un pájaro herido y con un puñado de semillas en el bolsillo ambos salieron corriendo a ver al "sobreviviente" y llevarle el alimento.
Tres días después, la mamá de Matías sacó la venda al ave y vio que la herida estaba curada. El niño le pidió a su madre dejarlo en libertad quien asintió inmediatamente a tan humanitario pedido y en cuanto abrió sus manos el pequeño pajarito salió en raudo vuelo hacia unos árboles cercanos donde se perdió en su follaje.
El mal momento había pasado, el secreto de la honda jamás sería revelado.
Al día siguiente, mientras Matías desayunaba, vió por el ventanal que, parado sobre el respaldo de un sillón del jardín había posado un jilguero que trinaba de un modo singular. Tomó algunas semillas de alpiste que le habían quedado en lo profundo de su bolsillo y salió de la casa ofreciéndoselas con su mano extendida al pajarito. A partir de entonces, todos los días, durante varios años el jilguero, por algún extraño motivo volvía al lugar en busca se sus semillas que Matías se ocupaba de comprar para que jamás le faltaran, hasta le había hecho un recipiente especial para que a cualquier hora que llegase el ave, aún en su ausencia, pudiese alimentarse. Cada visita que realizaba era acompañada por largo y curioso gorgojeo.
Un día las visitas se terminaron, Matías, ya adolscente se dio cuenta que los días del jilguero habían acabado.
El estaba seguro que aquel visitante era el mismo pájaro que accidentalmente hacía ya años había lesionado y en su memoria, escribiría un cuento.

Firmado: Matías.







Texto agregado el 07-07-2009, y leído por 313 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
23-11-2009 Ufff, este cuento toca el alma. Conmovedor. Estoy fascinada. Un besito. Sofiama
23-07-2009 Matías, no perdón, Alejandro: es una hermosa historia, tierna y profunda de alquien que evidentemente no permitió que el trancurrir de los años le quitara la capacidad de sensibilizarse ante éstas pequeñas grandes cosas. marea-rioplatense
21-07-2009 bello,no se como me lo perdi,te felicito Ale es un cuento tierno****** shosha
10-07-2009 Que hermoso cuento, preciosa moraleja, el daño que hacemos, aunque sea sin querer, solo se compensa haciendo el bien... saludos y estrellas ***** MariBonita
09-07-2009 Me quedo pensando.La historia,me llegó al alma,fuera de eso,tus letras hacen deslizarse facilmente,me dá la impresión que me lanzo por un tobogan,sintiendo esa sensación maravillosa,de que nada te corta el paso. Mmmm,me voy llena de placer por haber venido******* Un besito Victoria 6236013
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