En la Tarde de la Infancia mis trenzas cimbraban marcando los saltos entre las piedras del arroyo, cuando surgió la voz de un ser gigantesco.
–Soy el sauce– me dijo –No te asustes de mí y te daré mi Magia.
–¿Cuál es?
–Tómate de mis ramas y con un solo envión llegaremos hasta aquel país.
Y cuando hube transpuesto ese umbral de mis juegos me presenté hasta el más viejo de los sauces : El Gran Genio del Río. Extendí mi mano para recibir la promesa anhelada pero éste me dijo :
–No ... No tengo Magia.
–¿La perdiste?
–Fue cayéndoseme por el ramaje triste. Mi llanto de siglos la deshizo entre las arenas del arroyo.
–¿Por qué me trajiste entonces? ¿Por qué vienen a tu sombra los caminantes?
Su voz se elevó continuando :
–Mira a mi hermano. El que creció curvándose entre las dos orillas. Los niños se sientan en su tronco arqueado y algún día habrá de quebrarse por haber querido bajar a recoger su tristeza, sin lograr erguirse de nuevo en el dolor como sus hermanos.
Me deshice una de las trenzas y con mi risa de niña le contesté :
–Yo también tengo larga cabellera sin ser vieja. Busco mi Magia pero no la perderé cuando la encuentre.
–Entonces trénzala siempre– me dijo como advertencia
Prometí cumplir. El Genio Viejo del Río obscureció más su tronco bajo aquel ramaje claro. La tarde terminaba. Después nos envolvió la niebla.
Una noche larga me llevó hasta el amanecer.
Pero la claridad del amanecer me deparaba su sorpresa : ¡Había perdido mis trenzas! ... Quise volver a buscarlas para introducirme en la noche que me trajera y regresar hacia aquella antigua tarde de infancia ... Y enfrentándome al sauce preguntarle :
–Vistes caer a mis trenzas?
–¿De cuál sauce me hablas?– me dijo una cara
–De aquel que tenía un hermano curvado de orilla a orilla.
–¿Un sauce curvado? ... ¡Allí había uno!
Me señaló entonces algunas raíces abiertas junto a un montón de madera vieja. La mula del serrano se detuvo, recogió aquella carga preciosa del invierno y continuó su marcha. Detrás suyo numerosas piedras de río se convirtieron en caras humanas. Una de ellas me habló :
–Tengo una de tus trenzas ¡Mírame!
–¡Quiero verla!
Y me entregó un trozo de musgo obscurecido y seco.
Otra me dijo :
–Yo poseo el misterio de las plantas
–¿Cuál es?– pregunté sorprendida
–Reside en mi interior ¡Es mío! ¡El don del Arte! Todos los sentidos de la delicadeza.
–Muéstrame esa delicadeza y te sigo– le prometí
Extrajo de su bolsillo una flor blanca y reluciente. La tomé con cuidado pero al acercarla hasta mí observé que no era blanca sino gris. Quise aspirarla y se cayeron sus pétalos que estaban recortados en un papel áspero sin aroma. Dejé que se deshiciera íntegramente y me alejé de aquella última cara.
Regresaba sola, lentamente, hacia el encuentro del objeto perdido cuando una legión de luces nocturnas salió a mi paso junto al límite entre la noche y el día. Ellas me nombraron.
–Somos las luciérnagas del aire, estrellas de la sierra. Fuimos enviadas para servirte de compañía. Sólo con nosotras llegarás hacia quien puede revelarte el secreto guardado con celo, en la Tiniebla que extravió tu cabellera.
Las luciérnagas marcaron una avenida de luces que me llevó hasta una presencia nebulosa. Frente a Ella me detuve conmovida por un llamado. Partía de su interior y se transmitía en el esbozo de una emoción plena.
Dos luciérnagas de claridad verde la adornaban. Se inclinaron para mirarme : Eran sus ojos ... Y al comprender que los conocía desde un pasado sin tiempo, las formas de los contornos se delinearon apareciendo suelo y tierra a su alrededor. La avenida luminosa se diluyó.