ËL ya no era rico, poderoso o mimado.
Observó con detenimiento sus manos. Antaño delicadas y cuidadas poseían ahora cansancio y asperezas.Su piel ya no reflejaba juventud como cuando realizaba intervenciones quirúrgicas.
En una nueva etapa habían limpiado, lavado, preparado alimentos. También habían incurrido en labores de pintura, preparado revoques, barnizado maderas hasta dejarla lisas y brillantes.
Pero lo mas significativo, lo mas tierno y humano de esas manos sucedió cuando acarició con amor a sus hijos y a su perro.
Sí, esas fueron sus jornadas mas inolvidables. Las que quedaban para siempre grabadas en su historia personal.
Ahora le tocaba a la quinta y al jardín.
Por un lado plantar semillas de zapallo ( no mas de dos juntas, separadas de otras dos por no menos de dos metros ).
Y no podía olvidarse de las semillas de ajíes.
esos que a todos gustaban.
Por el otro, retoños de rosas rojas para otorgar color y aroma a sus días.
En cada esquina dos árboles pequeños , un limonero y un ciruelo.
Pasados tres años dieron sus frutos.
¡ Si su madre pudiera verlos! Ella que sabía el origen de cada planta con sólo observar el brote.
Luego de ser docente durante treinta y seis años, se había consagrado a su hijo y su esposo y al jardín.
Todavía le parecía sentir el olor de su rica forma de preparar alimentos.
Luego que ella falleció el padre ocupó su lugar en el jardín.
Ahora sin ninguno de los dos le tocaba seguir la tradición.
Había llegado la hora justo cuando sus hijos contraerían matrimonio muy pronto.
- Un tiempo para cosa - pensó.
Orgulloso, le alcanzó para proveer educación y vivienda para cada uno de ellos.
E intuyó que para él llegaría otro tiempo , de cariño distinto.
- Veremos que sucede de ahora en adelante- se dijo confiado que todo saldría bien.
Había extraído de los misterios de la vida algo simple y valedero.
Confió, como siempre lo había hecho, que las vivencias estaban bien encaminadas.