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Tres personas estamos almorzando en una pizzería. Pero una cuarta, desde el pasillo, se integra solamente a saludar, aun siendo verano en el ritual de bienvenida nos besamos con precaución del contagio. La cuestión es que cuando me levanto para apersonarme ante el visitante, me bandeo hacia un costado, haciendo una medialuna de borracho o cual queso que se chorea del pan. En ese instante las luces se apagan quedando solamente iluminado mi sector, y toda la gente petrificada en sus lugares, como congelados. Avanzo dando tumbos sobre los cuerpos duros de los comensales, solicitando al cielo una urgente explicación, solamente conseguí que esa luz me persiga por los sitios que ocupo, además que una canilla del establecimiento comience a funcionar sin que nadie la haya desenroscado su grifo. Hago memoria y recuerdo una poesía de Antonio Machado, por ende la comienzo a recitar. Todo sigue igual en la más absoluta quietud y silencio mortal. Quito del horno las pizzas que hay, seleccionando las nuestras que habíamos pedido, y cual mozo cualquiera me acerco a la mesa en busca de mis amigos, haber si esta pesadilla por fin termina, pero todo sigue así igual de quieto. Corto pedazos de las porciones he intento revivirlos alentando a que prueben, que coman un poco de la mozzarella con morrones despertando alegres. Hasta que en un determinado momento, hice un chasquido con los dedos como queriendo encender una lámpara con puro control mental, a cambio igual que una calesita el mundo comenzó a dar vueltas sobre mi, los pisos mágicamente ofrecen esas posibilidades milagrosas. Yo ahora en un intento desesperado me abalanzo sobre la gente, que duros permanecen todavía, quitando sus pertenencias para ver que de esta manera reaccionen, pero nada de nuevo ocurre compañero. Rápidamente salí a la calle para comprobar si es lo mismo en todos lados, viendo que en dos cuadras a la redonda están así de embalsamados. Regresé a la pizzería, desde ya a la cual desde ahora considero mi guarida. Cuando estoy entrando, frente a la vitrina de la propia panadería, una mujer anciana cubierta de harapos se acercó a mí aduciendo que es la reencarnación de la muerte. Que soy el único sobreviviente, que efectivamente están todos muertos; que solo yo falto morir.

Texto agregado el 05-07-2009, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


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