Camino por las calles con un sabor de boca distinto, ya no me interesa la mirada de la gente, me enfoco en mis pensamientos y me sumerjo en ideas inacabadas, marañas de sueños. Al día siguiente cada persona me intriga más de lo que podría soportar, vuelvo a verles con la empatía de un vendedor.

Un día buscando un boleto hasta por debajo de las piedras, moviendo personas y recursos para ir a aquel concierto. El día del concierto, en medio de mi apatía preferí quedarme en cama a escucharlo desde la orilla, el vivir cerca del evento me provocó más náuseas, un boleto desperdiciado.

Entonces te conozco y expulso hacia ti toda esta bipolaridad de emociones ambiguas. No sé cómo evitar esta ambivalencia comunicacional, te digo una cosa cuando sin querer te demuestro otra. Te confundo y me confundes. Eres igual, pero no lo noto del todo, porque de nuevo me hundo en mis pensamientos individualistas y mi claustro voluntario.

No sé para qué nos conocimos; ahora necesito estar aquí, como estos dos días, en pijamas y comiendo en mi habitación... pero dices que esto te afecta a ti ¿cómo puede ser? Dices que quieres ayudarme, pero la única forma en la que podrías es la que no haces, ¡sólo te pido espacio!

Te alejas y voy a buscarte ¿por qué me abandonas? te pregunto con la pura mirada y consigo de nuevo llamar tu atención... No sé para qué lo hice, de nuevo estás aquí con tu (no) ayuda.