Hermenegildo Mendoza volteó los ojos. La angustia reflejada en su rostro podía dejar a cualquiera sin aliento; bueno, casi a cualquiera. Su sistema nervioso, confuso y embrollado, sucumbió a la magnitud del daño. El estupor invadió su desarticulado cuerpo.
Los miembros del grupo se habían quedado atónitos, testigos mudos. Parecía como si nunca habían visto morir a un hombre; dar la bocanada del último suspiro. Estaban temblando como gallinas; se miraban unos a otros sin poder articular palabra, hasta que el grito desgarrador de la mujer, Esperanza Flores, rompió el silencio al entrar en la oficina.
¡Mi marido! ¡Ay, mi marido! Por qué. Por qué. ¡Donde está mi marido! Ay, Ay... Pobrecito. Ay. ¿Por qué? Diosito Santo. ¿Por qué?
Sus ropas descoloridas, impregnadas aún por el olor a humo y comida, era señal de que se encontraba en la cocina cuando recibió la noticia. Dejó todo por un lado y salió. No se preocupó de cambiarse de ropa, mucho menos lavarse antes de salir de su casa. Su respiración entrecortada, tal vez por causa de los sollozos, de los chillidos, eran lo suficientemente estridentes como para erizarle el pelo a cualquiera; sí, a cualquiera.
La Licenciada Robles, no era ni la más calmada ni más la tranquila, parecía tan pálida como una hoja de papel. Ni hablaba, ni lloraba, mucho menos gritaba, sólo emitía una mezcla de gruñidos apagados, de lamentos y chillidos ininteligibles, aterradores. Y ella, que era justamente la encargada de darle la noticia a la señora, apenas si podía emitir palabra audible; como evitando a toda costa dar los detalles de lo sucedido. ¡Bonito apoyo del Departamento de Recursos Humanos!¡Esa era su responsabilidad. ¡Carajo! ¿Que otra cosa van a poder hacer, aparte de aplastar el trasero en su asiento durante todo el día ?
El licenciado Correa, con su nerviosismo de siempre, de inmediato se movió para localizar al abogado de la empresa: el juicio amparo era lo más apropiado en este tipo de situaciones. “Hay que hacer uso de los recursos que la ley nos pone al alcance”-estúpido- Como si fuera tan bueno para cumplir con las leyes.
En el patio exterior de la planta, la oleada de policías, tanto uniformados como vestidos de civil, poco a poco fue creciendo al arribo del agente del ministerio. De la ambulancia, ni sus luces. Ya para qué, de cualquier modo, nada más podrían hacer, salvo darle un calmante a la mujer a ver si para de gritar. El resto de los empleados dejaron de trabajar al nomás escuchar la noticia, y con tanta gente rodeando los andenes, ya no hay gran cosa por hacer en lo que resta de la tarde.
En fin, otro día de trabajo perdido; ni hablar. Pero a ese estúpido, ¿Cómo se le ocurrió ir a meterse bajo las llantas de mi camión? ¿Acaso no se fijó que yo lo estaba manejando? Esto es demasiado, creo que me hace falta salir a respirar aire fresco. Necesito distraerme. Nada mejor que ir a meterse al cine y sentarse a ver una película para reducir el estrés. Ya no gana uno ni para sustos. ¡Con un Carajo!
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