El soldado romano Contias, había participado ya en un sin número de batallas. La mayoría de ellas fueron tan célebres que rápidamente se fue ganando la admiración y el respeto de todos los de la legión, incluso la de los altos mandos, sin embargo, su última lucha no fue tan célebre como las demás.
Su última batalla tuvo lugar una noche, precisamente fue en contra de los Griegos. Contias presumía siempre de poseer cierta inmunidad a la muerte, motivo por el cual nos ponía a todos los soldados de la XVI Legión, a la expectativa al final de cada batalla, debido a que nuestro compañero se lanzaba a pelear sin tener el cuidado necesario para no ser tomado por sorpresa por el enemigo.
Era común que después de terminar las contiendas –que la mayoría de las veces nuestra Legión salía vencedora, y casi siempre con pocas bajas–, el General siempre comenzaba el grito de búsqueda del temerario soldado.
–¡Contias! –Gritaba, para después escucharse el eco de ese nombre en todo el campo de batalla, repetido por las voces del resto de los soldados, hasta que él aparecía a los lejos, apenas visible por el humo y la espesa niebla que hay en las batallas nocturnas, respondiendo siempre de una manera muy emotiva, con ademanes de brazos; a todos nos ponía a echar carcajadas–.
Pero su última batalla fue muy diferente, todo fue diferente; desde el principio de aquella lucha encarnizada contra los Griegos, Contias no se sentía seguro de participar en ella, a pesar que siempre era él quien motivaba a los miembros de nuestra Legión para luchar con furia.
(continua)