Óyeme, mujer.
Sabes que te hablo solo a ti.
Que mis palabras
solo sonaran para tus oídos.
Que mis letras
solo recorrerán tu interior.
Sabes que lo que te digo
sucedió, mujer,
entre tú y yo.
Y que hubieron valles- tus valles-
que llenaron de afluentes mis sábanas naranja,
al tiempo que se hizo blanca la sed
en tus montes.
Que gritaron los ojos, mirando nubes,
rogando que llegue de nuevo el momento
- de la lluvia -
Que nació un ruego desde el suspiro
y fue atendido por un remolino de pasión
que se nos anudó entre las piernas
Óyeme mujer
y hazte cargo de mi ser,
de mi sentir,
de mi empuje,
de mi pasión.
De la algarabía de besos repartidos
que dejaré esparcidos,
intensos,
pero especialmente recogidos
entre el ramillete de flor
que se me hace tu cuerpo.
Tendrás que hacerte cargo
de mis embestidas
de hombre-amor
contra ti, mujer-deseo.
De los recorridos de mi altanería,
de mi hombría, extendida a tu vista sola,
sólo por tu vista.
Al fluir de la virilidad inmersa
en la femineidad absoluta
que se llena de miel de intensidad y fuego;
Y luego:
Tendrás que hacerte cargo
del niño que queda para arrullarlo,
para mecerlo,
para acurrucarlo entre tus pechos
y que tenga por seguro
sin atisbo de duda,
que volverá a ser hombre por ti
pronto,
muy pronto.
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