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El reloj grita con toda la fuerza de sus pulmoncitos digitales, la pesada mano de carmen lo golpea buscando apagarle, el fallo de dicha intención le obliga a sentarse, arrebata con violencia el relojito de la mesa de noche le apaga y lo deja pesadamente sobre la cama, los rallos del sol forman una bella amalgama de sombritas al atravesar la cortina del ventanal, la almohada contra el rostro aprieta con fuerza, de nada sirve el sueño se a escurrido por las zanjas de la ondulada colcha; un putazo lanzado al aire y a la nada es domingo y no hay que madrugar.

Las seis de la mañana, la casa sola, treinta años de soledad y vida, un rostro moreno y amargado le mira indiferente desde el otro lado del espejo, el camisón demasiado antiguo para una joven de su edad, pero que mas da no hay quien la mire; Carmen se arrastra despacio hasta baño se quita la pijama, mira sus senos caídos, su sexo inocuo y su cuerpo amorfo, se apura a meterse a la ducha desesperadamente busca camuflar las lagrimas, entre el agua procedente de la ducha.

Se viste con parsimonia, el pantalón que en navidad le regalara su hermana le quedaba grande, pero que mas daba, una camiseta blanca estampada con tres palmeritas, las chanclas, un tinto, dos cigarrillos, tal vez un pedazo de pan, y el hastío se agazapaba en el largo y monótono domingo de TV y llanto.

El timbre del teléfono suena desgarrando el profundo silencio de la sala, tres domingos sin recibir llamado de su madre era ya demasiado; carmen ya sabia que le esperaba, treinta minutos de reproche, quince de concejos inútiles y diez en los cuales Carmen le prometía que la visitaría en vacaciones y que estuviera tranquila que para fin de mes le giraba la plata del geriátrico como siempre lo hacia.

Al levantar la bocina una extraña voz pronuncio su nombre.

María la madre de Carmen murió a los ochenta y tres años, con el cabello blanco y las manos temblorosas en su habitación del geriátrico.

Carmen colgó el teléfono y sonrío, por fin moría la vieja, camino hasta el baño y saco del tocador, el frasquito de vidrio negro de la gaveta de atrás, el que contenía el veneno que comprara tres años atrás.

Texto agregado el 02-07-2009, y leído por 191 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-07-2009 Valga me Dios, otro suicidio? O no? si no, desconciertas. Muy bueno. Hasta pronto. pielcanela
02-07-2009 Buen ritmo y mejor descripción del escenario. Te felicito. peco
 
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