La luz golpeo contra sus ojos, cual lacerantes agujas que penetrasen sus pupilas, la intromisión le arrebato del tronco hueco que el niño tomase por refugio; atrincherado contra sus sueños Daniel se levanto lentamente como apiadado del aire, una manchita de rojiza tono mezcla de sangre y llanto daban fe de la homérica lucha que durante toda la noche diese Daniel, al intentar huir a ciegas de la casa vieja de la finca, mansión y campo de concentración de todos los infantes de la familia que por generaciones fueron arrojados allí durante las vacaciones de verano; mientras los adultos recorrían el mundo para hacerse a suficientes historias para no tener que prestar atención a sus hijos hasta el verano siguiente.
Cuando Daniel se puso de pie sobando su rodilla izquierda por encima del pantalón de dril azul, su castaño cabello impregnado en un pantano negro y hediondo le daban un aire de mendigo, que perfectamente se ajustaba al disfraz que Daniel eligiera con el fin de pasar desapercibido en el pueblo y poder así mezclarse entre los niños pobre que podían comer golosinas y jugar sin miedo a ensuciarse y al respectivo castigo que esto traía.
El que llamaran a su madre por este suceso no sorprendió a Daniel, que ella desde el extranjero se tomara la molestia de ir a la finca si le sorprendió; pero lo que definitivamente mas sorprendió a Daniel, fue que cuando su madre llego a la casa vieja, no lo regañara, ni le pegara, es mas ni siquiera le dirigió la palabra, únicamente se limito a llorar mientras abrazaba y besaba a un extraño niño que simplemente se quedaba inmóvil mientras la mujer lo molestaba; “seguramente como castigo por volarme se buscaron este niño tan exageradamente parecido a mi para que mi mama no me prestara atención y así yo me sintiera mal”, pensaba Daniel.