Era la historia perfecta, la idea perfecta y con un final incluso más perfecto aún. El mismo autor se impresionaba a si mismo al releer su relato. Narración extraordinaria, las palabras precisas y una sublime expresión de sentimientos. Una obra maestra.
Los días gastados habían valido completamente la pena. Horas de sueño olvidadas, café tomado en cantidades industriales, alucinaciones por efecto secundario de tanto trabajar, la soledad en que se había zumbido. No importaba, nada de eso tenía peso alguno ahora, pues había dado como fruto la más perfecta de las historias escritas y por escribir. Se abrazaba a si mismo, se felicitaba. Por fin su gran genio creador se estaba dando a luz.
Sin dudarlo, o si quiera meditarlo, mecanografío mil copias de su narración. Ubicó las direcciones de todo editor interesado en novelas cortas como la suya, y se inscribió a cuanto concurso literario encontró. Estaba orgulloso de si mismo. Ya veía llegar un centenar de respuestas por correo, de personas interesadas en dar a conocer a un escritor tan impresionante como él. Lo presentía, dentro de poco sería el nuevo gran mago de las letras.
Aguardo y aguardo durante meses algún signo de interés por parte de algún busca talentos. Los concursos ya proclamaban ganadores, y su nombre no se encontraba nunca entre ellos. Las editoriales sacaban nuevos libros a la venta, y jamás alguien se puso en contacto con él.
Su maravillosa obra se marchitaba en una vieja carpeta, en la cual dormían además los sueños del creador.
La depresión cayo en los hombros del artista, que juró nunca volver a escribir algo nuevo, pues sabía que sería imposible crear algo equiparable a su perfecta novela. Ya no le encontraba sentido a la vida. Si no le interesaba a nadie, ¿valía realmente la pena continuar con su sueño de ser un gran novelista?
Un día de abril, cansado de esperar, entristecido y frustrado, decidió darse muerte en la misma pieza en que había escrito su obra. Se colgó del riel de una ventana mientras lloraba lágrimas de tinta, y cuando se le iba la vida, agotó sus últimos suspiros en recitar el final de su amado y perfecto relato.
De haber esperado un día, tan solo unas horas, habría alcanzado a oír el timbre de la puerta tras la cual le aguardaba un anciano editor, avergonzado por la tardanza de su respuesta, ya que el orgulloso escritor, distraído en engrandecer su presentación, había olvidado anotar una dirección con la cual ubicarlo, por lo que había tardado varios años en lograr hallar al genio creador de tan magnífica historia.
V.Proust
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