El “Lucho”, era un peón de campo como pocos. Podía obedecer cualquier orden que le mandara su patrón sin siquiera preguntar. Era tal la confianza que tenían en él, que en el escalafón jerárquico del fundo, era el tercero, superado solo por su patrón y el hijo de éste.
La edad del “Lucho” y la del hijo del patrón, tenían como diferencia dos años, siendo mayor el peón.
Aunque se criaron juntos, sus mundos eran distintos. El “Lucho”, huérfano desde pequeño, tenía visiones escasas de lo que no fuera aquel fundo. Soñaba con ser el jefe principal en unos años más, y tal vez el futuro patrón, puesto que era el preferido del actual. Pero existía el hijo legítimo de su “Padrino” (apodo con que llamaba al patrón), y esto significaba echar por tierra sus ideales.
Su “hermano de casa”, abusaba de esta superioridad sobre él. Lo trataba como animal y lo insultaba con la palabra “Huacho”. Más de una vez a su hermano, se le pasó la mano, pero su padrino nunca supo.
Cuando se encontraba en la víspera de los 17 años, miraba como crecía la prosperidad del fundo, y con esto, la soberbia de su hermano. Fue tal la humillación de ese día que, con el cuchillo que él usaba para tallar maderas y las paredes de los establos, abrió un profundo agujero en el estómago de su hermano. Él no alcanzó ni siquiera a gritar, y se desvaneció lentamente en los brazos del Lucho. En menos de diez minutos se encontraba a kilómetros de su casa. Sabía que si su padrino lo viera, lo torturaría por meses e incluso lo mataría. Pero solo corría y corría, alejándose cada vez más del lugar que fue su hogar. Cuando no dio más, se sentó bajo un árbol y esperó un poco. No llevaba veinte segundos, cuando sintió gritos y escopetazos provenientes del fundo. Seguramente ya encontraron el muerto y fueron en búsqueda del asesino.
-Maldición- se dijo- Que hago... Virgencita, ayúdeme por favor.
A los pocos segundos reinició la marcha. El sudor le empapaba la cara, pero todo su cuerpo estaba helado. Seguía corriendo cuando, de sorpresa, aparece la silueta de un caballo. Con el tremendo choque, el Lucho cayó de espaldas y estuvo mareado un momento. Cuando recuperó la orientación vio al extraño jinete, que apenas se movía. Fijó su vista y... ¿Qué? No podía ser él... pero... ¿No estaba muerto?.
Al frente de él estaba la pálida figura de su hermano, con su vientre entintado de sangre y con un extraño brillo en los ojos que, aunque estuviese oscuro, se podía ver.
-Vengo a darte mi sangre- dijo su hermano- Yo estoy muerto y tu serás el heredero.
Él no lo podía creer. La persona quien más odiaba, le daba la posesión que más deseaba. Asustado, se acercó y dijo:
-Gracias.
-No agradezcas nada- dijo su hermano- primero debo vaciar la tuya.
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Los peones y el patrón estaban haciendo guardia nocturna y comentando historias campesinas cuando sintieron un grito de terror, proveniente de la pieza del Lucho. Cuando llegaron su frente estaba empapada de sangre y tenía una tenebrosa sonrisa en sus labios. Apenas abrió los ojos, todos se dieron cuenta que había sucedido. Los ojos oscuros del Lucho se volvieron claros como la leche, su pelo negro y tieso se volvió liso y gris como las canas, y su piel áspera y tosca se hizo suave y pura. Todos se sorprendieron y cuando encontraron el cuerpo sin alma de su hermano, sin una sola herida, entendieron y encajaron todos los sucesos.
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Muchas fueron las historias que circularon sobre el supuesto pacto demoníaco que realizó el Lucho, pero todos mantuvieron un silencio enorme. Todos escondían la historia real, total en el campo siempre se inventan historias. |