EL CHAJA
La primera noche que pasaríamos juntos, era en un hotel de poco lujo, en realidad un hotel de pueblo chico y que no tenía baño privado, no comprendía cuan importante era para ella contar con el baño en la habitación, por ese motivo cuando lo contraté, no pregunté por el baño; cosa que rápidamente me di cuenta que había sido un tremendo error contratar para la noche de bodas, ese hotel al paso en viaje hacia Misiones.
El enojo de mi esposa fue más porque ya no lo podíamos arreglar y ella tendría que trasladarse vestida hasta el baño y no en ropa de noche como hubiese sido lo lógico.
El viaje no tuvo muchos inconvenientes hasta llegar a las Cataratas del Iguazú.Una vez en el lugar que habíamos planeado pasar nuestra luna de miel, nos pusimos a buscar un lugar donde alojarnos, no llevábamos reserva para ningún hotel y no fue fácil encontrar algo adecuado, con la experiencia sufrida en la primer parada , ya sabía lo que importaba encontrar una pieza con baño privado, dimos muchas vueltas hasta llegar a una hostería donde el dueño nos ofreció lo que era su casa: pieza y baño privado para nosotros solo.
Las cataratas nos divirtieron en extremo, pero en esa época las pasarelas estaba abandonadas o en muy mal estado, y fue demasiado riesgoso ir hasta el mirador de la garganta del diablo.Una vez que vimos las cataratas del lado argentino tomamos una excursión para verlas del brasilero; en determinado momento íbamos por un camino paralelo al río, cerca de las cataratas , yo la llevaba del hombro y en eso apareció un tipo caminando por el borde del separador de la orilla del sendero, hecho con el espesor de un ladrillo de canto; se cayó y en su desesperación tiró un manotazo y tomó del cuello a mi esposa, afortunadamente yo la sostenía y haciendo fuerza pude evitar que tanto él como ella cayeran al río.Mi indignación una vez pasado el hecho, fue mayúscula y no le acepté ninguna disculpa y me negué a hablar con él.
Al llegar la hora de almuerzo la excursión se dirigió a un comedor, donde nos sentaron alrededor de una mesa, allí el hombre del incidente vino y se ubicó a mi lado, dada su persistencia terminé escuchándolo, de una manera lastimera me pedía perdón, que por favor lo perdonara porque no se dio cuenta de lo que sucedió y me agradecía, por haberle salvado la vida y me rogaba lo disculpara por haber puesto en riesgo a mi mujer.
Durante el almuerzo el insistió hasta que logró que conversara con él. A los postres yo había entablado una conversación franca y el me había contado su vida con puntos y comas; hasta llegó a confiarme cosas de su vida privada; entre tantas cosas que hablamos me dijo en determinado momento: mira para andar bien en el matrimonio hay que tener tres amantes; así no tenés que exigir a tu mujer; además teniendo tres ninguna te extorsiona, porque podes dejarla y seguir con las otras, no te pueden pedir ser exclusivas porque saben que tenés dos más; me hizo gracia pero en ese momento no lo tomé en cuenta.
El era un industrial, dueño de una fábrica en la ciudad de Buenos Aires, yo le conté que era ingeniero químico y me contó los detalles de su fábrica, la relación se normalizó totalmente y al día siguiente el vino a buscarme al hotel; le dije que me gustaría volver por el camino paralelo a la frontera con Brasil saliendo desde las cataratas, era un camino solitario en medio de la selva, por esa época todo de tierra roja que se convertía en barro colorado a la minima lluvia. Me dijo que si hacía ese camino convenía ir en dos autos y que él me acompañaría para que no corriera riesgos.Nos quedamos unos días más y finalmente volvimos por el camino que llegaba a Hipólito Irigoyen, en el límite extremo de Misiones con Brasil. El viaje además de riesgoso fue sumamente entretenido; aprovechando mis conocimientos sobre como mirar la selva, encontré una diversidad de flora y fauna que nunca hubiese imaginado que existiría allí al alcance de la mano.Un número elevado de tucanes hicieron las delicias apenas comenzado el viaje, un pudú o ciervo enano se nos cruzó y corrió un trecho adelante, una víbora verde enroscada en una rama a la orilla del camino, vimos monos saltando de copa en copa y en el medio del viaje encontramos un yunta de bueyes tirando dos inmensos y largos troncos, de todo lo que vimos fue lo más interesante. El mes de octubre en la selva ofrecía flores de todos los colores, aunque no conocíamos los nombres hacían nuestra delicia, cortábamos alguna o tratábamos de traer plantas. Antes de llegar a Irigoyen pinchamos una rueda, de pura casualidad encontramos un grupo de hacheros que caminaban por el camino y les preguntamos cual era el lugar más cercano para reparar la pinchadura, nos dijeron tienen suerte, por aquí un poco mas adelante hay una picada que sale a El Dorado, por esa huella llegaran sin problemas y son unos pocos kilómetros; otra cosa no hay.
Hicimos como nos dijeron y después de una hora por debajo de los árboles, en la picada abierta para pasar con carretas llevando troncos, llegamos por fin a El Dorado; parchamos la rueda y aprovechamos para almorzar y allí nos despedimos de nuestro compañeros de viaje. Ellos siguieron adelante nuestro ya que nosotros paramos en las ruina de San Ignasio, conocimos el lugar dimos una vuelta por la casa de Quiroga el escritor de Cuentos de la Selva y pegamos la vuelta definitivamente.
Creíamos que no habría mas aventuras y que todo sería ponerse en el camino y llegar a la casa de ella en Santa Fe, pero la ruta todavía nos deparaba alguna sorpresa.
Habíamos dejado Misiones y al cruzar Corrientes, íbamos con el pequeño 4L pata a fondo: 110 kilómetros por hora; cuando a la vera del camino de repente aparecieron dos niños con sendas aves en las manos, pasé de largo y no pude reconocer que bichos eran. Paré en seco como a cien metros y me volví caminado. Los pibes al verme ir hacia ellos se acercaron con los “pájaros” en las manos, y me ofrecieron:
¿Quiere comprar los chajas señor?
Confundido por lo que decían y al ver bichos tan extraños pero bonitos a mí gusto, plumones todavía, penacho en la cabeza y espolones en las alas. Les pregunté:
¿Cuanto cuestan?,
A lo que me respondieron:
¡Seis pesos señor!
No podría hacer una valorización de seis pesos de 1968 y seis pesos de 2009; pero sin ninguna duda eran unos centavos de dólar de ese entonces y de ahora.
¿Y cuanto vale ese mas grande solo?,
¡Tres pesos señor! ¡Pero llévese los dos porque dicen que no hay que separarlos porque se mueren!
Les dije:
¡Son muy grandes y no tengo tanto lugar en el auto!,
Solo por conformarlos y me traje el más grande o sea el macho.
Cuando mi esposa vio que venía con “ese bicho” empezó a gritar:
¿Que traes?
Y le contesté:
¡Un chaja!
¡Dejalo!
¡No lo puedo dejar!
La renoleta tiene mucho espacio en la parte del baúl y apenas llevábamos dos valijas y algunas plantas que las crucé para el asiento de atrás, dejando el baúl vacío que lo ocupó el chaja. La paz no llegó en forma inmediata, mi mujer, recién casados, no se podía imponer en la situación que estábamos y protestaba:
¿Que vamos hacer con el chaja en casa, donde lo vamos a poner en el departamento que tiene un pequeño patio y la terraza?
El camino nos deparaba otra sorpresa, en un lugar de Entre Ríos se abría un ramal de arena hacia la izquierda y figuraba en el mapa como una media luna que volvía al camino principal unos kilómetros mas adelante; le dije:
¿Entramos?
Y ella estaba tan afligida que no contestó; y doblé por el camino de arena. La huella no era firme y el auto tenía que hacer mucha fuerza para avanzar, tuve que ir en segunda para pasar por el guadal, hasta que a la hora en que el sol se pone empezó a calentar; apareció un rancho por milagro y les pedí agua , llené el radiador, el auto había sufrido por los caminos que había andado y con mucho calor; al entrar la noche comenzó a llover, una tormenta tropical y torrencial, eso me ayudó con el camino, ya que la arena mojada se puso mas transitable y pude salir de allí , nuevamente a la ruta sin ningún problema más.
Con la lluvia aparecieron unos sapos gigantes, son conocidos en la zona pero yo era la primera vez que los veía. No me asusté porque estaba arriba del auto, pero metían miedo.
La lluvia cada vez mas intensa nos obligó igual que el guadal a ir cada vez mas despacio, no se veía ni a dos metros y fuimos avanzando con mucho cuidado. La lluvia así como vino, torrencial, de repente también paró; esto nos permitió reanudar el viaje en forma casi normal; llegamos a una estación de servicio, un faro en la oscuridad, cargamos nafta revisamos el aceite, el agua del radiador y del sapito.
Y nos fuimos con la esperanza de llegar antes de la mañana a la ciudad de Santa Fe.
Llegamos temprano, la madre, y las tías ya estaban levantadas esperándonos, sabían que llegábamos aunque no a que hora.
Allí ella hizo oír sus protestas, por el chaja, al cual bajé y lo puse en un patio grande de atrás.
El chaja tenía una característica muy particular: lugar donde ensuciaba quedaba contaminado de olor que era imposible sacar. Es de suponer como quedó la parte de atrás del auto, impregnado con un olor nauseabundo. Lo lavé con cepillo y manguera, detergente, perfume, y desinfectante, pero todo fue en vano, parecía que no hubiese hecho nada.
En la casa me retaron, me criticaron, me dijeron de todo, pero cuando me volví para Zarate no quisieron saber nada del chajá que siguió 600 kilometros más a bordo de mi renoleta.
Cuando llegamos a casa, el departamento tenía una escalera muy empinada y lo subí agarrado tomándoles las dos alas, tenía un espolón en cada una, pero como era pichón estos recién le asomaban.
No había mucho lugar para dejarlo y decidí que se quedara esa mañana en el patio junto a la cocina, bajamos las cosas y yo me fui al trabajo; volví a comer al mediodía pero mi esposa no estaba, solo estaba el chaja en la cocina y todo sucio. La busqué afuera y estaba en un escalón de la escalera llorando; le di un beso fui hasta donde estaba el chaja y lo saqué afuera a la calle; en el negocio debajo del departamento estaba la dueña a la que le alquilábamos. Le pregunté si quería que le regalara un chaja. Me dijo que si y allí nomás le propuse:
¡Se lo llevo hasta su gallinero!,
Este quedaba a media cuadra y tenía un gallo y 20 gallinas que cuando lo vieron empezaron a gritar.
El chaja al principio vivió contento, se hizo amigo del gallo y las gallinas pero cuando se puso grande empezó a extrañar a su compañera y como fue la predicción del niño un día sin ninguna señal se murió.
¿Cuantos hay que puedan morir de amor como el chaja?
JORGE EDUARDO 2009-06-28
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