Mientras dormía fue atacado por su espalda, apuñalado, estrangulado e insultado. Despertó por la mañana, vencido y ensangrentado con un olor a sangre y moho, con el ánimo en los suelos y secciones de sus tejidos, inertes y putrefactos.
Se sentó y con la poca energía que tenía gritó de furia y maldijo lo más que pudo. Gritó y gritó y al cansarse y caer de bruces, reflexionó y pensó.
Al despertar se dio cuenta que el problema era dormir desprevenido y en paz. De sangre se llenaron sus pupilas y nunca fue el mismo. Fortaleció sus defensas, agudizó los sentidos y prometió nunca más dormir victorioso y en descanso.
Sus actitudes, fuertes y contenciosas, reinaron por el resto de sus días. Sus días, largos y llenos de energía, nunca fueron iguales. El olor a sangre y mierda le volvió un ser insípido, frío, calculador y con sed de ajusticiar los pesares de los que fue presa.
Lejos de traerle penas y sufrimiento, sus conductas pesimistas y defensivas le hicieron de amistades hipócritas, seguidores irracionales, una inusitada fama y un mundo de falsa admiración, más que suficiente para complacer su enfermiza neurosis y su incontrolable violencia.
Sus manos se llenaron de venas violentas, su pecho exhalaba venganza y su frente sudaba lo poco que quedaba de aquél que un día se acostó deseando al mundo buenas noches. Poco quedaba de aquél ciudadano que podía descansar.
Poco quedaba y lo que fuere lo ahogaba en su droga favorita, su malicia perniciosa, su incontrolable sadismo que le volvía abominable e increíblemente intocable. Nunca nadie le volvió a insultar. Satisfecho con el control que al fin había alcanzado, sin dudar ni un instante del éxito de su programa fue a la cama.
Fue a la cama mientras sus ilusos seguidores le admiraban y le adulaban, insultando y agrediendo a aquéllos que su sueño pretendían violentar. Fue a la cama mientras el mundo admiraba su fuerza y su estoicismo frente a los que dejaba atrás. Fue a la cama riendo sádicamente por su sed de venganza.
Fue a la cama, respiró hondo y decidió descansar puesto que había inculcado por fin el sano hábito de la venganza y la desconfianza. La hediondez de la hipocresía, la falsedad de palabra y la extrema violencia reinaron por unos instantes.
Sólo en ese momento, satisfecho por su obra, cerró los ojos y durmió. Y durmió por siempre y por siempre la gente se odió y desde donde estuvo, sádicamente, rió y rió |