-Tijeras o ‘el primer corte’-
A la madre de Sofía y Daniel-Gustavo, a ellos
mismos, a lo que fueron, son y serán.
Noche de ronda 2
Esta noche brindo contigo, brindo por nuestro amor y por nuestro dolor. Te entrego lo que quieras de mí y llego a imaginar que tú haces lo mismo. Hoy, decido entregarme a esto que me consume por dentro y carcome mi interior. Hoy, hoy.
Esta noche mezclo mis tristezas con el whisky, mis esperanzas perdidas con agua helada y tus besos con algunas píldoras que no debería estar tomando. Todo reunido en un vaso que simboliza lo que fuimos y lo que ya nunca seremos jamás. El vaso se resbala de mis manos. Entiendo el mensaje; en tu ausencia aprendí a leer los signos del mundo.
Pero luego de mis tres únicos tragos empiezo a ver todo tan borroso y a la vez tan increíblemente claro. Mis ojos ya inutilizados sólo aciertan a ver figuras difusas y manchas multicolores a mi alrededor. Pero mi corazón está atento y mis oídos están dispuestos a prestar atención.
Escucha, inútil. Te equivocaste, fallaste. no supiste dar de ti todo lo que alguna vez se esperó. No eres nadie, no eres nada. Y ahora, tratas de limpiar tu pecado dañándote a ti mismo. Patético. No eres más que el ser más patético que existió jamás. No sé por qué me molesto en acompañarte día tras día.
Lo entiendo, estoy mal.
Ya escucho hablar a mi propio corazón.
Creo que es lógico; este coctel amargo de mi auto-destrucción está logrando su cometido.
Gustavo Andrade
Estamos juntos, sentados en un sillón, viendo una televisión color rojo que muestra algunas escenas de mis programas favoritos. De repente, veo dos pequeñas ventanas que jamás en la vida había visto, detrás del televisor tapadas por dos cortinas que parecen no haber sido limpiadas en mucho tiempo. Me acerco a ellas, las veo y las corro a un lado para poder ver lo que hay del otro lado de la ventana. Maravilloso. Increíble. Estás tú. Miro hacia atrás de nuevo y sigues en el sillón embelesada con el programa que presenta la televisión, pero, estoy seguro, tú estás al otro lado de la ventana. Puedo jurarlo. Puedo sentirlo.
Hoy no fue un buen día, las cosas naturalmente se salen de control, pero esto es ridículo. Siento que quieres que abandone lo que soy y a las personas que me importan. Puede que tengas razón, nuestra relación necesita que ambos tratemos de estar juntos y compartir la mayor cantidad de tiempo posible, pero esto es demasiado. A veces pienso que esto no va a ningún lado. Creo que algo en mi interior está muriendo lentamente.
Cuando me dí cuenta de lo que pasaba, no pude dejar de sonreír. Era obvio. Aunque tu presencia en mi mente era algo incomprensible.
Para cuando terminé de trabajar, me estabas esperando en la acera de enfrente. Algo dulce en una relación normal, pero esto ya era acoso. Lo juro. -¿Cómo estás, amor?- Bien, supongo- ¿Por qué no contestaste a mis llamadas?- Estaba trabajando, además quedamos de vernos en la casa, ¿recuerdas?- Sí, pero no me aguantaba, quería verte- Qué linda eres…
Aún así, las cosas estaban cambiando, sentía como lo que alguna vez sentí estaba transformándose en un sentimiento completamente diferente, algo que no estaba listo a comprender. ¿Acaso no era amor lo que sentía? Y una niña cantaba a todo pulmón, junto a mí: Brinca la tablita, yo ya la brinqué, bríncala de nuevo, yo ya la salté.
Estoy dudando de mí y de ti. Siento que lo nuestro no tiene ningún norte. Las cosas están acabándose y yo sólo puedo imaginar un futuro alejado de ti. Ya tus besos no saben a nada en mis labios, ya la pasión se está perdiendo. Sólo me ata a ti el pasado, el miedo a dejar cosas rotas, el temor a equivocarme para siempre.
Justo ahora, mientras esperamos a que el semáforo cambie de color te has acercado a mí para regalarme un abrazo que yo no responderé con la misma efusión que tú le das. Lo siento, pero no estoy aquí contigo.
Estoy acostado sobre un espejo de cuerpo completo. Desnudo. Veo mi propia figura reflejada y puedo ver hasta la parte más recóndita de mi propia existencia. Mis vergüenzas. Mis temores. Para cuando me empiezo a adormilar, con un profundo terror veo como mi reflejo desaparece y en cambio, aparece una figura femenina. Sus senos, su cintura, su sexo. Es bellísima. No puedo verle el rostro; su cabello, aún cuando es verdaderamente hermoso, es un completo estorbo para mis intenciones. Bueno, intentemos algo. Con mi mano trato de quitarle el cabello de la cara pero no puedo. El espejo me detiene. No puedo tocarla. Sólo puedo sentir el frío del espejo. Sólo puedo sentirme decepcionado, me muerdo los labios tratando de controlar la ira pero esta me vence y con furia golpeo el espejo. Mis nudillos se han cortado, sangran. El espejo está roto ahora y sus pedazos empiezan a meterse en mi piel. Me duele. Duele demasiado. Siento que voy a perder la razón, el dolor me tiene completamente paralizado. Ahora sólo queda un pedazo, el más grande, en el que aún puedo verla. El pedazo se acerca a mí, el reflejo hace un gesto con la mano, se quita el cabello del rostro. El espejo se mete en mi boca, me corta la lengua y el paladar, pero al fin la veo del todo, veo su rostro. Eras tú. El dolor me hace desmayar ¿o despertar?
A veces me haces sentir especial, tan especial que dejo de estar agradecido para sentirme en deuda. No es normal, no es bueno. Me besas cuando nos vemos, me abrazas cuando tienes frío o cuando me ves tiritar. Una tarde me preguntaste si quería que lo nuestro fuera algo eterno, algo inmortal. Yo no supe que decir.
A veces siento que te estás volviendo algo que me detiene, algo que nunca me ayudará a salir de este fango en el que alguna vez me encontraste. Quiero salir de aquí. Quiero salir de este lugar tan vacío y tan deprimente que es la ciudad. Me duele, pero ya no me das lo que necesito.
Me despierto tranquilo y feliz, pero mi cama no es mi cama. Como es mi costumbre, estiro mi brazo derecho para buscarte y meterlo bajo tu nuca. Quisiera buscar tu olor, tan familiar y tan tuyo y tan mío. Pero no estás. Sólo encuentro una cinta negra que usualmente usas en tu cuello. La cinta me corta cuando la deslizo entre mis dedos y la gota de sangre que cae de mi pulgar mancha las sábanas de esta cama ajena. El blanco inmaculado es reemplazado por un rojo escarlata que me enceguece.
La mancha se esparce y deja su huella por toda la extensión de la cama para luego recorrer hasta el más recóndito rincón de la habitación. Todo es sangre. Todo es dolor.
Mi terror me obliga a levantarme de la cama, camino sobre el charco sanguinolento que es tu recuerdo y me aproximo a la pared más próxima a la cama. Con mis uñas arranco por pedazos el papel tapiz que ya está maldito con tu recuerdo, con mis uñas trato de dejarlo todo tal como estaba.
Siento que debo hablar contigo de lo que ocurre, siento que no estoy siendo honesto. Me miras a los ojos y no puedo engañarte, algo esta fallando. Debo decirte lo que está pasando, es sólo que siento miedo.
A ella no le importa nada, sólo el hecho de no estar sola. Ella sólo quiere tener a alguien para descubrir lo que es el amor, ¿sabías? Lo sé porque es mi amiga y sólo puede concebir al amor como un sentimiento de dependencia absoluta entre dos personas. Para ella, amar es atar. Matar. Mátame de una buena vez. Oblígame a dejarte atrás porque no puedo por mi propia voluntad.
Hoy conocí a una mujer a quien realmente no esperaba. Estaba bajando de mi oficina con cara de pocos amigos, lo reconozco, cuando sentí que alguien me sujetó del hombro, inmediantamente reaccioné como normalmente lo hace una persona en esta ciudad tan caótica a veces: tomé la mano ajena con violencia y escuché un leve -¡Ay! ¿Qué te pasa? Sólo quiero saludarte, Mauricio, es todo. SI quieres no vuelvo a saludarte. ¿Eh?- Lo siento, lo siento.
Y cuando mis habilidades de vuelo se habían perdido, encuentro el manual tirado en la calle al frente de mi casa. En el parqueadero de automóviles, al lado de mi viejo R4 blanco, manchado y machacado por el padre tiempo y la madre naturaleza.
Estoy haciendo algo que no debería. Estoy cometiendo un grave pecado frente a tus sentimientos, pero no me importa. Estoy decidido a encontrar mi propia felicidad aún cuando esta no se encuentre a tu lado.
Le he robado un beso y ella me ha correspondido.
Mi camino se bifurca, mis piernas se separan. Estoy a punto de dar a luz una tragedia, para alguien.
Te cito. Tú llegas puntual a la que podría ser la última vez que salimos juntos. Me buscas la boca, pero esta ya no te pertenece, no más. No podría hacerte esto. ¿Mi mano? No creo, deberías aprender a caminar sin tenerme a tu lado, ¿sabes?
Debo decirte algo.
Conocí a alguien, alguien que me interesa demasiado y hace que sienta de nuevo cosas que yo imaginé que nunca podría sentir con nadie más. Conocí a alguien que alimenta mi corazón con emociones y sentimientos que la rutina se encargó de matar en nuestra relación. Alguien que no me ha mostrado aún los errores que nosotros -tú- hemos cometido en lo que insistíamos en llamar relación. Esta persona me interesa, esta persona me hace sentir vivo y con ganas de entregarme de nuevo. Esta persona no eres tú en ningún sentido.
¿Nunca te arrepentirás de esto?
No lo creo. Lo hago porque es lo mejor para los dos.
¿Estás seguro de lo que dices?
Sí. Pero, por favor, no llores. Ni que estuvieras embarazada. Además siempre podrás contar conmigo, te lo prometo.
Adiós, entonces.
Y ahora dejo de soñar y de imaginar las cosas que pasan o pasaron, sólo me queda detenerme por un instante y tomar aire para continuar con esto. Sólo me resta decidir por qué es que debo matarte.
Matarte.
Atarte.
Masacrarte.
Lastimarte.
Herirte.
Amarte.
¿Qué son todos ésos ruidos? ¡Carajo!
Fin del primer cuaderno.
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