Hacía zaping frente al televisor. En realidad, no miraba; la pesadez de sus párpados reclamaban la cama. Dilataba el momento de irse a dormir, sabía que sucedería, como cada noche.
Al fin se dirigió a su cuarto. Ya pensaba en ella... Hacerlo era adentrarse en el esplendor de su sexualidad. Las imágenes lo invadían como diapositivas descontroladas, mientras ecos orgásmicos la nombraban. ¿El sexo sin ella? Jamás sería igual...Lo sabía.
Hacía tiempo que no lograba dormir plácida, profundamente, de un tirón hasta que el reloj anunciara la nueva jornada de trabajo.
Pensaba en ella, mientras mecánicamente se alistaba para meterse en la cama.
¡Deshazte de ella de una vez!, le aconsejaban sus amigos, sabedores de que la vida con ella se había vuelto insoportable. Pero no era tan sencillo... Su razón comprendía que la pérdida era inevitable, pero su machismo tambaleaba con sólo pensar en su ausencia.
Trató de alejarla de su mente y conciliar el sueño, aún con la certeza de que, en medio de sus sueños, como una recurrencia programada, su presencia, una vez más, lo llevaría a desvelarse.
No se equivocó. Dos horas después, al despertarse, su mente volvió a balancearse entre las dudas. No podía aceptar la idea de tener que vivir sin ella. Se sintió un cobarde. En la penumbra, se sentó en el borde de la cama, se calzó las pantuflas y manoteó los cigarillos...
Algo dentro suyo gritó ¡Basta!...
Para cuando exhaló la primera bocanada de humo, ya la decisión estaba tomada.
Una sonrisa orgullosa acompañó sus pasos hasta el baño.
Ya estaba listo para operarse de la próstata
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