La música suena bajita y unas pocas luces blancas se descuelgan del techo.
Tú estás aún intacto, receptivo e inimaginablemente silencioso. Puedo acariciarte en esta sombra… puedo acariciar la sombra de este movimiento tuyo, puedo percibir bien con mis manos tus ojos, delimitar con mi piel tus miradas…
El aire rodea nuestro cuerpo confundiendo aromas, y la luna, cautivándonos con su mágico aliento, nos dirige con blandos suspiros a su refugio noctámbulo.
Me acerco ahora a tus manos sin pedir permiso. Se cierran mis dedos para interrumpir tus pasos, y me incluyo definitivamente en ti para observarte dentro, para mantenerte intacto, para desenredar aún más mis deseos y creerte más cerca que nunca…
Te busco en realidad como puedo.
Un polvillo amarillento revolotea a mí alrededor, pero sólo consigo alcanzar unas pocas motas brillantes.
Es una sola imagen la que me llega completamente azul, instantánea. De repente oscuridad y luz. Luz y oscuridad.
Y tú, intermitente, ocupándome, instalándote cada segundo un poco más.
Podría explicarte de mil maneras que es tu presencia muda la que me tiene absorta, que son tus movimientos ciegos los que consiguen que yo misma me mueva, que es tu azul, tu todo, lo que me mantiene intacta.
También hoy la lluvia se ha colado en este cuarto verde dejándome disuelta y enlazada, empapada y muerta, deslumbrante y rota…
También hoy te voy descubriendo a ti muy despacio en cada gota de magia que penetra…
Rompiendo los cristales.
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