“Mejor imposible”
Mi cara estaba congestionada de tanto llorar, había estado triste toda la tarde, cuando me dijeron que no iba a ser posible que hiciera la primera comunión con mis compañeros de doctrina, y no solo eran mis compañeros habían sido de alguna manera mis alumnos. La maestra de doctrina me había encargado la grata labor de pasar la doctrina a los niños de mi comunidad, pero ahora la miseria que me había acompañado desde el día de mi nacimiento una vez más me decía que no, que mis sueños no valían nada y que aquello que representaba mi máxima ilusión de niño de recibir a dios mediante la comunión, tendría que esperar para mejor ocasión ya que en ese momento no había dinero para ropa decente.
Hijo de emigrantes que aun no habían encontrado el sueño americano y dejado atrás para llevar un equipaje más ligero, encargado con un par de viejos cariñosos que apenas si tenían para subsistir. La vida me dio en la cara diciéndome que los sueños, no siempre se cumplen, era mi ego, era también el revelarme por primera vez a mi historia contra las desigualdades establecidas en el mundo, y las lagrimas seguían resbalándose penosamente por mi rostro.
El sopor de las horas de llanto llegó y me invitó a hacer el único acto democrático como la muerte, a dormir. En el sueño tuve horribles pesadillas donde la ropa nueva que con trabajos me habían comprado para la primera comunión me era desgarrada por unos duendes malvados de enormes colmillos afilados, babosos, verdosos y ruidosos me gironeaban la ropa hasta dejarme desnudo.
El alba me encontró mal dormido, un rayo de luz se coló por la vieja puerta del jacal anunciando un nuevo día y con ella una mota de esperanza, me levante diligente y a regañadientes para realizar las labores del campo, maldiciendo al destino y la vida por arrancarme los sueños, los pocos que se pueden tener en la pobreza.
Cuando casi me había resignado a omitir por el momento aquella ceremonia, vinó a mi el esposo de Cuquita, la catequista que me heredo la responsabilidad de pasar la doctrina a mis compañeritos, con su traje de primera comunión que habían usado 40 años atrás. Aquella reliquia estaba repleta de bolas de naftalina, era enorme, pues la naturaleza me había hecho menudo y escuálido, mientras que don Martin era muy alto y fornido, con algunos arreglos hechos a la carrera pues ya estábamos en la víspera del día, me presente orgulloso al magno evento, con un pernera más larga que la otra y la cintura demasiado grande, un cinto heredado de mi abuelo era testigo de la mala proporción entre mi cintura y la enorme dimensión del pantalón, el saco enorme y un nudo de corbata bastante precario. Aquel día debí ser la imagen viva de la desgracia, sin embargo no me importo, por que yo me sentía como un príncipe. Aun conservo una foto de aquel día, realmente me veo fatal, pero aun ahora que tengo la posibilidad de comprarme trajes de marca; de algunos miles de pesos no me hacen tan feliz como aquel traje enorme, y acondicionado a mi medida a la carrera y por los ojos cansada de aquella santa anciana.
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