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ESTIMADA PROFESORA DE PRACTICOS:

Si googleó mi informe para ver si era original y se encontró con esto, sepa que fui yo misma quien lo comparte en este sitio una vez que se lo he entregado en mano. Me reconocerá por la foto.

Gracias.


A lo largo del siguiente dialogo (ficticio) desarrollaré varias de las nociones que Barthes introduce en El placer del texto, sirviéndome de ellas para abordar desde diferentes puntos de vista la novela de Copi, El baile de las locas.



I

-Tuve que dejar de leer. Creí que estaba siendo apresurada y fui a confirmarlo al final: terrible. No me arrepiento de no leer El baile de las locas.
-Podías haber tomado un distanciamiento. Es ficción. Arte.
-Un distanciamiento. No puedo. Yo leo eso y siento asco, aversión. Es más: hasta no entiendo cómo puede circular algo así, con un grado de violencia tan alto, completamente al margen de la moral y de la ley. La violación de una chica no es una broma. No puedo distanciarme de eso.
-No era una chica, era Pierina. Casi un bebé.
-Un horror.
-Pero vos leíste La naranja mecánica. Hay violaciones ahí, hay violencia explícita y en primera persona.
-En La naranja mecánica no se llega al extremo de violar y matar a un bebé. Es una obra es mucho más cuidada en ese sentido. Es claro que alguien “sano”, quiero decir, alguien aceptado por la sociedad, no va a identificarse nunca con Alex, por más que tenga esa dualidad de persona sensible y culta. Pero la belleza de la obra está en la puesta en crisis del lenguaje: esa jerga, el ritmo, las onomatopeyas, la reiteración. Hay un pasaje hermoso que me da mucho placer, en el que sensibilidad, cultura y violencia se articulan de una manera perfecta, permitime: …y durante un momento, oh hermanos míos, fue como si un gran pájaro hubiese entrado volando en el bar lácteo, y sentí que todos los pequeños y malencos pelos del ploto se me ponían de punta, y el estremecimiento me subía como lagartos lentos y malencos, que luego bajaban otra vez. Porque yo conocía ese trozo que esta ptitsa cantaba. Era de una ópera de Friedrich Gitterfenster, Das Bettzeug, el pasaje en que ella se muere con la garganta cortada en dos, y los slovos dicen: “Quizá sea mejor así”.
-Yo creo que lo que te da placer sí está entre lo cruel, lo brutal. Está justamente en esa articulación que se da en el lenguaje de lo alto (la música clásica, el buen gusto) y lo bajo (el viejo un dos un dos ultra violento). Ningún lector sensible y culto va a identificarse con un personaje que encuentra tanto placer en la música clásica como en el delito: Alex roba, golpea, asesina, viola.
-Es justamente lo que dije.
-No: para disfrutar de esta novela en toda su extensión, igual que de El baile de las locas, no basta con abstraerse y quedarse con el trabajo del autor sobre la materialidad del lenguaje. Es necesario tomar una postura de la no postura. Hablo de algo más que un distanciamiento: una desaparición. No podés levantar la vista del libro cada vez que pasa algo violento para decir “yo no estoy de acuerdo con esto, esto está mal, no dejo de leer esta escena de violencia porque el texto va a llevarme a otro lado, lo sé”. No. Hace falta dejar de lado la búsqueda del reflejo subjetivo y personal en el texto, ya que el texto no proporciona esa instancia. En el texto vas a encontrar quiebres constantes, vas a estar incómoda. De esa incomodidad es que nace el placer: la idea que introduce Barthes sobre el goce es justamente eso.
-No puedo. Entiendo, pero no puedo. Me altera la violencia y todo lo que desestabilice lo que me constituye como soy, con mis convicciones, mis principios. Lo que atenta contra mi integridad, no me produce ningún placer.
-Sin embargo me dijiste que leíste El matadero y te gustó.
-Sí, de hecho me encantó, pero es diferente.
- ¿Tan diferente? Si lo leyera desde tu postura, hasta diría que es peor que La naranja mecánica, peor que El baile de las locas, porque es maliciosamente realista y verosímil. No lo digo solamente por la gente que se revuelca en el barro mezclado con sangre, con vísceras, y hablo más allá de la muerte del unitario. Mirá lo que dice acá. Te leo: …el animal, acosado por los gritos… (bla, bla) Diole un tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo del asta, crujió en el aire un áspero zumbido, y al mismo tiempo (y acá viene lo importante) se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén, una cabeza de niño, cuyo tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.
-Sí, un niño muerto, pero es algo completamente distinto. El matadero de Echeverría tiene escenas de violencia muy explícita, sí, es sórdido y nefasto. Uno se incomoda cuando lee ese pasaje; el autor naturaliza la muerte del niño y la pone al mismo nivel que la muerte de los animales en el matadero. Igual pasa con el unitario: los infames se divierten tal como se divertían al cortarle las bolas al toro. Y aún así, leyendo, mi integridad se mantiene intacta: yo estoy del lado del unitario, que es víctima. Me reafirmo a mí misma con esa escena de violencia de manera negativa: yo soy eso que se opone a lo desagradable. Se me da la oportunidad de aferrarme a algo. La representación de la barbarie me genera un rechazo tal, que me ayuda a identificarme con la figura del unitario.
-Veo. Es lo que dice Adorno cuando habla del arte burgués: El placer permanece sometido a la auto conservación. El placer es cómodo, homogéneo, va de la mano de la repetición, de las figuras estereotipadas; el goce, en cambio, aparece con los quiebres, con las rupturas, sólo puede llegar con lo nuevo absoluto . El texto de goce no te da la oportunidad de aferrarte a nada. El sujeto no se encuentra reflejado sino que se diluye, se quiebra, llega al límite de lo ilegible, de la autodestrucción. La dificultad en tu lectura está entonces cuando el texto quiere forzarte a pensar como esa barbarie; cuando te obliga a leer con la voz del que mata, del que viola, del que rompe con cualquiera de tus valores (¿existe un acoso mayor que el de meterse en la mente de uno pretendiendo encontrarla vacía de valores, virgen de prejuicios, y pervertirla, arrancarle el goce mediante un murmullo criminal?); cuando ese quiebre no te propone ninguna distancia posible para resguardarte íntegra; cuando lo nuevo absoluto no arroja ni una sola ancla a tu realidad, a tu integridad subjetiva. En Copi no vas a encontrar ninguna pantalla para canalizar tu ideología. No hay canal para que tu conciencia fluya tranquila mientras bulle lo dionisíaco. ¿A qué lugar tenés que mandar eso que sos mientras las locas bailan, cogen, se drogan, se mutilan, asesinan, violan menores?
-No sé. Yo cerré el libro.
-Exactamente. Y te compadezco, es una novela genial. Si lograras perderte, diluirte, frente a la obra, la disfrutarías tanto como yo. No voy a mentirte, no me parece una imagen propiamente agradable la de, por darte un ejemplo, un hamster entrando por el culo y saliendo por la panza abierta, entre las tripas. En El placer del texto dice: no es la violencia la que impresiona al placer, la destrucción no le interesa, lo que quiere es el lugar de la pérdida, es la fisura, la ruptura. Porque el lenguaje es el medio que permite que lo deforme y aberrante sea ridículo, que la necrofilia, por decir algo, no sea monstruosa y que todos esos elementos constituyan un juego en donde lo decadente se vuelve un paroxismo humorístico, en donde la violencia se manifiesta como un artificio más que actúa para, y en, la imaginación. Copi instaura sus propias leyes en ese juego imaginario. El lenguaje posibilita que los desastres sean de alguna forma inocentes, y que la violencia no sea violenta sino inofensiva, aunque no por eso deje de ser alegórica. Si adopto un modo de leer que se pone por encima de todo valor, de toda postura real, y acepto esa red de leyes ficticias que propone el lenguaje, puedo sentir el placer que ese texto quiere provocarme, arrancarme violentamente.
-Demasiado violentamente.
-Sí, la lectura de El baile de las locas es violenta, incómoda. En los momentos en que me encuentro levantando la vista del libro para digerir la muerte de los niños en boca del tiburón o la visión de Copi penetrando a Pierre por el ombligo, experimento esa incomodidad, me someto a esos quiebres, me olvido de mis leyes, encuentro ese goce a partir de la contradicción, la inversión de lo establecido en la cultura.

II

-Veo que en Copi los valores están invertidos, se naturaliza lo inconcebible, el dolor satisface, la violencia relaja.
-No sólo eso. Además lo que debería concluirse se mantiene en suspenso y no promete culminar: la escritura se olvida de los cabos que deja sin atar, en la medida en que quedan coitos interrumpidos, tensiones que no se resuelven. Copi, el personaje, se acuesta a dormir y parece olvidar que ha asesinado, que Marilyn se suicidó, que los niños murieron brutalmente. Copi, el narrador, escribe para olvidar y hasta para aniquilar a su amado: Y, desde el momento en que he empezado a escribir ya lo he matado, el movimiento hipnótico del Bic sobre mi libreta bloquea el recuerdo de su olor (…) (incluso cuando no escribo sigo con los ojos los movimientos de mi Bic). El baile de las locas no da respiro, uno puede devorarse la obra de un tirón, así como establecer una lectura interrumpida, fragmentaria. Y esa fragmentación, aunque leyéramos sin parar de principio a fin, ya se encuentra de por sí en el texto, en el lenguaje.
-Copi se pregunta descaradamente si el lector sospechará que él olvida todo lo que escribe.
-Sí, pero a fin de cuentas, la literatura no es un conocimiento de la totalidad. El sentido se recupera a partir de fragmentos. Y ese mismo olvido no es otra cosa que un elemento más dentro de los juegos que propone el texto, más allá del incómodo “como olvido todo lo que escribo, debo comenzar de nuevo desde cero” . Es la escritura misma la que se olvida, la que va y viene, la que propone el juego perverso. El lenguaje lo permite; el lenguaje nos deja ese placer.
- ¿Entonces son esas contradicciones lo que debería darme placer?
-Contradicciones, rupturas, fisuras, quiebres. Todo eso, sí, debería dar lugar al goce. Barthes establece diferencias entre lo que sería el texto de placer y el texto de goce. Te leo: Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje.
-No deja se ser lo que hablábamos antes, la ruptura de las formas estereotipadas, cristalizadas del lenguaje y de la cultura.
-Es más fuerte que eso, es una noción compleja. No es que establezca un límite entre lo que es un texto de placer y un texto de goce. Varía además según la lectura que se haga. Y existe una simultaneidad, el mismo Copi lo señala: Y he aquí lo que les propongo para el primer día de trabajo (pues ustedes van a trabajar conmigo en busca del placer cuando los crímenes ocurran, sin que les proponga, por supuesto, otro placer que el completamente intelectual)
-Es gracioso.
-Respecto de este trabajo mutuo entre autor y lector, o entre texto y lector, Barthes continúa: Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce es un sujeto anacrónico (…): goza simultáneamente de la consistencia de su yo (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce). Es un sujeto dos veces escindido, dos veces perverso.
-De nuevo la idea de pérdida. Me cuesta comprender eso.
-Barthes explica que: El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas, pues mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo. Y no solo como lector uno puede olvidar, destruir, todo lo que es y hace su subjetividad. El autor también. ¿A quién le importa si Copi resultaba ser conservador y homofóbico?
-Jajajaja.

III

-Copi. El mismo Copi es parte del texto. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo voy a distanciarme yo, como lector, si el mismo autor está involucrado íntimamente al nivel de la escritura?
- ¿Pero qué importancia tiene que la figura de Copi esté involucrada en la novela? En el plano de la escritura no deja de ser un personaje más. Aunque tuviera otro nombre, pensá que el mismo Copi desaparece en el momento en que escribe, si seguimos la idea de Barthes acerca de la muerte del autor: la escritura es la muerte de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad . El pensamiento de Barthes, en líneas generales, apunta a que no es el autor quien habla sino el propio lenguaje: escribir consiste en alcanzar, a través de previa impersonalidad, ese punto en el cual sólo el lenguaje actúa y no yo.
-Está bien, el lenguaje acá termina siendo la vedette. Puede ser también que el uso de su propio nombre en una novela, sometiendo su imagen a ser recreada dentro miles de mentes envuelta en las situaciones más bajas, sea la hipérbole de lo que sucede en la novela, en términos bajtinianos, al apropiarse de un lenguaje ajeno. Sobreentiende el tono paródico y ya no le/nos interesa si se hace alusión a una figura pública ni a él mismo.
-Estoy de acuerdo.
-Hay algo más que me inquieta. Hablamos de la persona, del autor y del lector: más allá de la complejidad que produce la intervención de Copi dentro del texto mismo, ya que borra límites y abre interrogantes, que no sabría cómo formular, acerca de dónde comienza y dónde termina el texto, me interesa por un momento el Copi autor y por qué nos es necesario como figura, como nombre. ¿Por qué necesitamos saber que un texto fue escrito por alguien? ¿Por qué queremos que ese alguien deseara nuestra lectura?
-Barthes puede responderte. Dice: No es la “persona” del otro lo que necesito, es el espacio: la posibilidad de una dialéctica del deseo, de una imprevisión del goce: que las cartas no estén echadas sino que haya juego todavía . Que haya juego. El texto es un objeto fetiche y ese fetiche me desea. Ya ves, se hace necesaria la figura del autor, que no está por detrás sino perdida en medio del texto. Aceptamos que como institución el autor está muerto: a ninguna de las dos nos inquieta lo que Copi haga o deje de hacer de su vida. Pero en el texto, de una cierta manera, yo deseo al autor: tengo necesidad de su figura (que no es ni su representación ni su proyección) tanto como él tiene necesidad de la mía.
-Entonces la relación que se da entre el autor y el lector es fetichista.
-Ni más ni menos. Este dialogo nuestro, por trivial que parezca, no deja de ser texto. Lo que yo digo, lo que produzco con el lenguaje, desea ser receptado por vos, trata de seducir ese espacio que ocupás en tanto oyente/lector. De la misma manera deseo tu texto y espero que me desee. La relación que se da es fetichista y dialéctica.
-Así parece. El diálogo mismo, en tanto texto, cruzado no sólo por nuestras dos voces sino por las de Roland Barthes, Copi, Adorno e, indirecta e inevitablemente, Nietzsche, Marx, Freud, podría funcionar perfectamente como objeto de deseo para alguien más.
- ¿Y por qué no?


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Hagan apuestas a ver qué nota me ponen.

Las citas se las debo porque me daba paja.

Texto agregado el 27-06-2009, y leído por 635 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-06-2009 es que el texto es un fetiche y ese fetiche me desea, pibe patavillanueva_
27-06-2009 ¿y por qué no? jauregui
27-06-2009 10 10 10 10 10 10 10 gritan las chicas tinelli patavillanueva_
27-06-2009 muy lindo, con un final muy filosófico, ¡me identifico con tus sentimientos, escritor! patavillanueva_
27-06-2009 el lenguaje acá termina siendo la vedette patavillanueva_
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