Nunca me quiso. Actuó como debía y eso es todo, sólo una actuación. En parte la comprendo, no estaba en sus planes hacerse cargo de una criatura recién nacida; tampoco había nadie más a quién recurrir, fue la única. Cuánto lo lamento.
Mi madre murió en el parto. Era muy joven y débil. De quien pueda ser mi padre no tengo conocimiento y aseguro: mi madrina tampoco, su hermana se llevó hasta el nombre de este sujeto. Así quedamos, sin otra familia que nosotros mismos.
Ella cuidó de mí, es cierto, con exagerado esmero, sonrisas y palabras tan cariñosas como fingidas. Sé que interiormente me culpó por la muerte de su hermana, yo, el hijo sin padre, la había asesinado por esta exigencia primitiva de querer vivir; yo la maté y ella la adoraba, era su flor siempre fresca, el diamante más preciado, agua vital. Ella la amaba con morbosidad, con amor de hombre. Se lo dije una vez, hace muchos años, cansado de escuchar esa permanente adulación melancólica por la ausencia. Me miró de una forma que jamás había experimentado antes y fue el único cachetazo que recibí.
Mi niñez transcurrió entre el colegio, la ciudad y la estancia. No tuve amigos, sí recuerdo esos fastuosos cumpleaños que me obligaba a festejar con los compañeros de escuela y el club. Ella sonreía y tomaba fotos, parecía feliz.
Pero era en la estancia donde sentía serenidad, los demás lugares significaban un sacrificio. Allí podía estar solo; corría por el campo hasta perder la respiración, eso me calmaba, ahuyentaba los fantasmas que jugaban en mi mente y con quienes mantenía eternas charlas cuando era irremediable conversar. Solía ensillar a “Sombra”, la yegua, salir, perderme y dejar que Sombra regresara sola. Me llamaban el "revoltoso" y después "pispireto"; los peones decían que estaba algo loco.
Poco interesa que digan “ella no tuvo la culpa”, para mi sí, todo fue por ella, por su desvergüenza, su inmundo amor, su falso cariño. Mandó sacrificar a Sombra argumentando que ya estaba muy vieja y enferma. No es verdad. Lo hizo como una forma de mostrar su odio, el mismo que tengo, fue hipócrita. Siempre. Aunque haya llorado abrazada a mí.
Yo necesitaba una madre, alguien que me amara desde la más insignificante célula. No precisaba de ella y su sentimiento tan extraño por la hermana, que me cubría de rencor. Por qué no me quería? Era bueno, excelente alumno, obediente, ordenado, daba las gracias, pedía por favor, jamás una palabra desubicada, una mueca siquiera de irrespeto. Cuidaba mi ropa como ella me enseñó, no destrozaba los juguetes que me regalaba, ni uno, y eso que fueron muchos. Si ella me abrazaba –algo que hacía a menudo-, yo correspondía. Si decía que me amaba, le contestaba yo también.
Lo reconozco, fue más que un sostén económico, no habría sobrevivido sin ella, pero nunca pude acceder a su amor, eso estaba reservado para la hermana. Maldita mujer. Yo sí la amé, y la odio. Tanto… Sólo alguien enfermo puede no esperar nada de quien ama. Yo esperé desde que tengo memoria. Sé que sus caricias me fueron fieles, pero también sé la falsedad de ellas, lo engañoso de los besos en la frente. Nunca quiso que permaneciera a su lado, por eso vivió confinándome a colegios, campos, cualquier excusa, pero no le alcanzó para enfrentarme. Siempre su nenito, un juguete para mostrarle a los demás lo dedicada que estaba a mí, pero se ocupaba en negar cuánto disfrutaba cada vez que yo me masturbaba espiándola. Cuando le dije que aquellas erecciones eran sólo para ella, se rió nerviosa y luego, burlonamente, tomándome por un calenturiento, insistió en que yo debería hacer terapia. De nada sirvieron los sicólogos; tuve un solo amor. Ella, para mostrar con claridad su rechazo, lo llamó obsesión adolescente.
Y mi madre… Igual de maldita; espina constante, siempre muriéndose, siempre llorada, siempre viva. La verdadera culpable.
Clavó el cuchillo con fuerza, sintiendo cómo la hoja llegaba hasta el hueso. Lo hizo una y otra vez.
Ya no tenía energías para seguir, se arrojó sobre el cuerpo sin vida, tomó el pecho que asomaba ensangrentando entre los restos del escote y metió el pezón en su boca. Lentamente fue acomodándose en posición fetal, comenzó a gemir la palabra mamá, defecó en medio de aquel horror. Así lo encontraron.
Cuando llegaron los detectives Delmónico y Arriaga, el joven oficial que los recibió sólo se preocupó por hacer hincapié en que el vómito del rincón no era parte de la escena del crimen si no consecuencia del asco que le había producido lo que vio: sangre seca, trozos de carne en estado avanzado de putrefacción, astillas de hueso, excrementos.
El médico dio vuelta el cadáver del hombre y al hacerlo pudo ver algo atrapado entre los dientes. Tomó las pinzas y lo extrajo.
_Tejido. Por la posición en la que estuvo, no me extraña que sea un pezón.
Delmónico sintió arcadas; excusando ir en búsqueda de su compañero, salió al pasillo; lo vio dialogando con algunos vecinos. Trató de recomponerse, algo mareado, se acercó.
- Detective Delmónico, estoy hablando con los vecinos y obteniendo algunos datos interesantes. – dijo ceremonioso, Arriaga.
- Bien, detective, podemos hablar?
Ambos hombres se dirigieron a un rellano de la escalera, Delmónico no escatimó enojo:
- Si no te bancás el lugar me lo decís, no te hagas el otario.
- Pero Delmo, yo salí a buscar datos. Sabés cómo se llama el tipo? Le decían el Pipi, la muerta no era la madre, resultó ser la tía.
- Tiene algún otro familiar?
- Preguntale al Pipi, es de carácter un poco fuerte, pero no creo que pueda hacerte mucho más de los que le hizo a su simpática tía –ironizó- No, ninguno más según lo que sé, habrá que bucear por otros lados.
Arriaga continuó tomando declaración a los vecinos y Delmónico volvió junto al médico.
- Cuánto hace que pasó?
- La muerte de ella – dijo el forense – hará unos 15 días, él, menos de una semana, después te lo digo con exactitud, pero a simple vista, tomá ese tiempo.
Arriaga regresó a la escena y trató de contar los puntazos en el cuerpo desmembrado de la mujer.
_Le dio sin asco, eh? Qué cosa, el mundo de estos degeneraditos es algo que si no estuviera por jubilarme, me apasionaría. Porque una cosa es matarla y otra muy distinta colgarse de la teta… No te parece, Delmo? Porque vos fijate que, o lo hizo porque sentía amor, o porque sentía odio. O las dos cosas… Vos qué decís? Para colmo, una vez muerta… Jajaja, recién, un tipo –miró a Delmónico- me dijo que no me bancaba la escena… Doc, el Pipi, cómo murió?
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